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Que me perdone Juan Marsé por tomar inspiración de su libro, que viene que ni pintado para hablar de un personaje que no ha mentido como otros o como todos los políticos, según dicen quienes aún disculpan la sarta de embustes del presidente del Gobierno. Hemos aprendido a interpretar sus intenciones, que eran justo las contrarias a sus palabras, la penúltima ha sido aquella de «agotaré (así, en primera persona) la legislatura», lo cual, aplicando su principio particular de veracidad fue un anuncio claro de anticipo electoral. El verano, el calor, las vacaciones quedan subordinados a sus intereses particulares. La abstención, como acabamos de ver hace unos días, es un elemento determinante para el resultado final. Todo vale. Solo le ha faltado proclamar la república como hace 90 años tras los resultados de unas elecciones locales.

La respuesta a unos malos resultados debería haber sido un buen análisis y una corrección para en seis meses volver a estar en forma. Su repentina reacción en el «Aló presidente» televisivo pudo haber servido para echar lastre del Gobierno, desprenderse de la castaña podemita y navegar más ligero a la meta a final de año. No suman, restan, y no tienen más proyecto que salvar sus muebles personales, mientras que la marca PSOE sigue estable y relativamente fuerte por sí misma, le pierden las malas compañías, como hemos visto por nuestros predios.

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Volver a sacar de paseo el doberman de aquellos tiempos cuando se utilizaba el miedo a la derecha ha perdido sentido y hasta provoca la reacción contraria. Hablar de la derecha extrema y de la extrema derecha sirve como retórica de mitin, pero abona justamente esas opciones.

También debería reclutar mejor a los candidatos y no repetir con los fracasados en las elecciones recientes, los electores se cansan de los perdedores y los castigan dos veces.