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Hoy, día de la Ascención, conviene tener presente el mandato del Señor momentos antes de subir al Cielo: «Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado» (Mt 28,19-20). Como consecuencia, la Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra y hacer a todos los hombres partícipes de la redención salvadora. Esta actividad evangelizadora recibe también el nombre de apostolado. La vocación cristiana es, pues, vocación al apostolado. Los cristianos seglares, por su unión con Cristo en el bautismo y la confirmación, tienen el deber y el derecho al apostolado. Como el propio estado seglar es vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, Dios llama a los seglares a que ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento (C. Vaticano II. «Apostolicam actuositatem» 2,3).

El pasado 22 de abril la Iglesia de Menorca vivió con gran solemnidad y alegría la ordenación episcopal y la toma de posesión de Mons. Gerardo Villalonga, desde entonces nuestro querido obispo. En su primera alocución resaltó que la Iglesia es comunión viva: obispos, presbíteros, religiosos y laicos son corresponsables en la misión de la Iglesia. La Iglesia es el Pueblo de Dios que camina y avanza. Todos los bautizados somos representantes de Cristo en la tierra. «O evangelizamos o no somos nada», afirmó. «Los primeros que nos hemos de evangelizar somos nosotros mismos –añadió- y después trasmitir a los demás el gozo y la alegría que llevamos en el corazón». El lema de su pontificado es precisamente éste: «proclamar la verdad (el Evangelio) con amor» (Ef 4,15). Los pastores y los simples fieles formamos una comunidad con una misión, la de caminar juntos. No podemos ir solos hacia el Señor, en un doble sentido, de unidad y de llevar a otros con nosotros (apostolado). Nadie puede guardarse para sí mismo el tesoro de la fe.

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Todo ejercicio de apostolado tiene su origen y su fuerza en la caridad. El mandamiento supremo de la ley es amar a Dios de todo corazón y al prójimo como a sí mismo. Cristo quiere identificarse con los hermanos como objeto único de caridad diciendo: «Cuantas veces hicisteis esto a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25.40). Y estableció la caridad como distintivo de sus discípulos: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos con otros» (Jn 13,35). Una prueba del amor es enseñar a otros la verdad dando testimonio con nuestra vida, a través del trato de la amistad y la confidencia. El cristiano en su labor apostólica ha de actuar viendo en el prójimo una imagen de Dios; respetar con máxima delicadeza la libertad y la dignidad de la persona; proceder con pureza de intención sin perseguir ningún interés propio o con el afán de dominar; sin dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia; con paciencia, sin superioridad ni prepotencia, con cariño.

Es necesario tener presente que la obligación de ejercer el apostolado es algo común a todos los fieles, clérigos o seglares, y que estos últimos tienen también su cometido propio en la edificación de la Iglesia. Que la eficacia del apostolado solamente puede conseguirse con una esmerada formación humana y doctrinal y una intensa vida de piedad.