Hay momentos en la vida en el que el chirriar de cosas concretas te dejan buen sabor de boca. Pongo por caso el de las ruedas de los coches el sábado pasando por encima de los lagrimones de cera fundida de las antorchas de la procesión del Viernes Santo. Son sonidos que ya no se van a volver a escuchar hasta dentro de un año y por los mismos motivos, son como un adiós y hasta luego a esa semana larga mezcla de devociones y entretenimientos. También es época de zumbidos, de esos que ya van emitiendo los mosquitos de turno, esos visitantes traicioneros que te chupan la sangre y te dejan un bultito en la piel como su tarjeta de visita.
Yo ya tengo localizados a dos de ellos en mi habitación, camuflados sobre el lienzo de un cuadro de flores multicolores, pero son novatos y tiernos todavía, yo diría que son los nietos de los que el año pasado me dejaron hecho un mapa. Habrán llegado de viaje de estudios para verse con la familia y recibir las enseñanzas y tácticas precisas para poder masacrarte sin piedad y como tienen descuento por residente, no les cuesta nada eso del ir y venir. La que si tengo controlada es a la mosca cojonera de cada año que luego derivó a menos pasando a ser ahora la simple mosca que se suele tener detrás de la oreja. Llevo en una cajita una pequeña araña domesticada que cuando la mosca se pone chula no tengo más que abrirla, asomar un par de patitas y la mosca se queda en posición genupectoral y sin chistar. Tengo algunos políticos que ya me han pedido algún arácnido para después de las elecciones porque dicen que llevan meses con mosca detrás de sus orejas. En cuanto la mía críe prometo servir todos los pedidos a diestra y siniestra.