No hay ninguna fuerza más fuerte que la razón. De ahí que ponerse a discutir con quien tiene la razón de su parte, es tan absurdo como empecinarse en que el olmo dé peras. A pesar de ello, no han de ser pocas las veces a lo largo de nuestra vida en que porfiemos hasta lo absurdo por una cuestión en la que no llevamos razón. Recuerdo una ocasión en las oficinas de «La Seda de Barcelona», en la Vía Augusta de la Ciudad Condal, en que a la sazón estábamos negociando el convenio de aquel año, cuando un compañero tuvo una ocurrencia en verdad curiosa, utilizó como argumento un tema sobre la media hora del bocadillo, que nadie de los presentes habíamos oído jamás, incluidos los dos abogados de la empresa y los dos abogados de los trabajadores, que estuvieron buscando en sus libros de apoyo lo que el compañero señalaba. Tres horas estuvimos dándole vueltas «a la noria» sin encontrar una luz que nos alumbrase. No había nada escrito sobre las razones que daba el sindicalista, y no lo había porque no existía. El sindicalista había montado «una madeja» para ir en busca de algo distinto de lo que él nombraba como «la ley del bocadillo». No pocas veces, una falsedad bien argumentada y atractiva, superará la verdad sin atractivo y sosa que la hace rechazable. Algunos políticos lo saben y manejan el «usillo de liar madejas» de forma magistral. Winston Churchill decía que el buen político debe de ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el próximo mes o el próximo año que viene, y explicar después por qué no ha ocurrido. Con la venia, señor Churchill, no creo que esa facultad es la que adorna a un buen político, pero sí que es la que le permitirá seguir calentando la poltrona.
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Los desnortados de la política
09/04/23 4:00
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