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«Nos impusieron el relativismo, la idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los estudiantes. Nos hicieron creer que la víctima cuenta menos que el delincuente. Una izquierda hipócrita que permitía indemnizaciones millonarias a los grandes directivos y el triunfo del depredador sobre el emprendedor. Defienden los servicios públicos pero jamás usaron el transporte colectivo. Aman mucho la escuela pública pero mandan a sus hijos a colegios privados».     

Son citas de Sarkozy, pero es una línea de pensamiento compartida en Francia y países de su entorno que ha recuperado Macron a resultas de las revueltas que está sufriendo prácticamente desde que preside La Republique. La actual, ese ‘arde París' otra vez, está motivada por el retraso de la jubilacion de los 62 a los 64 años, antes fueron los chalecos amarillos por la subida de los combustibles. Cualquier excusa sirve para poner en pie la calle cuando se exaltan los derechos y se omiten los deberes.

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Hay en el fondo un mensaje de reivindicación de la cultura del esfuerzo y una visión hacia un futuro en el que la democracia liberal da síntomas de agotamiento y autodestrucción mientras se imponen regímenes autoritarios. El historiador Borja de Riquer lo analizaba con perspectiva de historiador a más largo plazo del que la política cortoplacista de hoy nos permite ver.

China es el ejemplo, gigante convertido en suministrador de Occidente y cada vez más líder de las relaciones internacionales. Heredero del antiguo comunismo, aprovecha las ventajas de un sistema ajeno a los vaivenes de las urnas para ganar en el orden de los estómagos satisfechos. Esa letra no se acompasa con nuestro estilo democrático, pero advierte de un cambio atizado aquí por los populismos.