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La corrupción existe desde tiempo inmemorial. Recordemos a Jesús expulsando a los mercaderes del templo por convertir una casa de oración en una cueva de ladrones (Mt, 21 12-13). Cuando era joven, pensaba que solo había corrupción en Miami pero al crecer me di cuenta de que suele ser consustancial al ejercicio del poder (algunos no son corruptos porque no pueden). Ya tenemos un caso nuevo, un tal Tito Berni, que afecta al partido socialista de San Sánchez (el puro). Él contraatacará con la corrupción del PP o corrupción propiamente dicha. También en casos cercanos se tiran balones fuera, porque cuesta más ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

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El problema es que los partidos políticos utilizan el tema como arma arrojadiza contra el adversario pero no se ve una voluntad clara y contundente de acabar con ello. No es raro que quieran controlar a los jueces. Si no lo evitamos, todos los desmanes quedarían impunes. Y mientras exista la sensación de impunidad, tanto da que sea el PSOE, el PP, Podemos, los independentistas o una ONG. Hasta el Parlamento Europeo ha encontrado casos. No sé qué tiene el dinero que todo lo corrompe. Drogas, prostitución, cenas opíparas… es muy feo todo eso. Mientras, la ciudadanía empobrecida está perpleja y desmoralizada.

Sabemos a ciencia cierta que somos corruptibles por naturaleza, sin excepción ni remedio. Ahora bien, lo de ser corruptos ya es opcional, incluso vocacional.