Vaya por delante, que una gran mayoría de los que ostentan el tratamiento de Excelentísimo se lo merecen y lo lucen con orgullo. Eso no quita de que algunos tontolabas ostenten indecentes a modo de prefijo superfluo el pomposo tratamiento de «Excelentísimo señor», sin haber hecho otros méritos en su rutinaria existencia que de ver pasar el tiempo, y además sin filtro para distinguir siquiera lo que está bien de lo que no lo está. Estos «Excelentísimos señores», en puridad no son otra cosa de okupas, que como vienen se van, aprovechándose de leyes y normativas laxas.
Lo de Excelentísimo también suele venir como tributo o deferencia alcanzada por estudios, por escalafón o simplemente por méritos otorgados a dedo. Hay Excelentísimos que se obtienen por el hecho de haber nacido en casa de abolengo. Es un tratamiento que acompaña al título nobiliario, como por ejemplo el de «Excelentísimo señor marqués Campdelacreu d'ferru» pongo por caso, que vivió y murió sin saber por dónde le venía lo de ser Excelentísimo, o como aquel concejal, que por hacer bulto lo incluyeron en la lista de las elecciones municipales, convencido de que no salía, y no salió, pero por una defunción, una expulsión encubierta y un par de renuncias, amaneció una mañana del mes de mayo con su nombre escoltado con un rimbombante «Excelentísimo señor» ¡Pobre hombre! el concejal que no sabía hacer una o con un canuto, y hete aquí, que por esas cosas de la política, se encontró siendo un «Excelentísimo señor» que encabezaba su nombre, dándole un lustre y un pábulo inmerecido, injusto, inapropiado, que más que respeto, lo que daba era risa.
Algunos recién llegados al honroso trabajo de la política, se encuentran con un oficio y un título sin saber qué cosa hacer con todo ello, de manera que el Excelentísimo «pardillo» cual niño con zapatos nuevos, no le quedará otra, que echar mano de algunos asesores, que conseguirán que «el pardillo» se muestre como puesto y dispuesto en su puesto de trabajo, del que no es otra cosa más que un perfecto ignorante.
Por contra, los hay a los que a la vida no les deben nada. Se han pasado una pila de años estudiando hasta llegar a saber lo que saben. Cómo decía antes, algunos nacen ya «Excelentísimos señores», porque han nacido en una casa donde ese tratamiento forma parte del lote. Sin embargo nadie nace médico. El «Excelentísimo» puede heredarse pero nadie puede heredar el título de médico o veterinario o comadrona o enfermera o pianista, y tampoco por eso el de l'amo de lloc, trabajo al que dedicará el mayor tiempo de su vida y por supuesto toda su juventud; nadie nace sabiendo de albañil lo suficiente para hacer una casa, no se nace herrero o panadero o patrón de una barca de pesca, y por ahí van ganándose el pan con su sudor y su honestidad. A ninguno se les reconoce con «Excelentísimo señor», por mucho que sus méritos bien se lo merecen. Son las injusticas de una vida más madrastra que buena madre en un mundo hipotecado por la hipocresía y la vanidad. Además, algunos son perfectamente prescindibles, dada su incapacidad para ser útil a la sociedad. Es, salvadas sean todas las distancias, como algunos inútiles de uniforme, que creen que el hábito hace al monje, cuando lo que hacen en puridad, es degradar el glorioso uniforme con el que parecen que vayan de carnaval, camuflando su hipocresía como hacen algunos cobardes que buscan pasar desapercibidos en medio del campo de batalla.