Extraña afición esta de autolesionarse la que está caracterizando al Partido Popular, no solo a nivel nacional sino, por lo visto, también con proyección al ámbito insular.
En abril hará un año que el partido de la gaviota se abrió en canal a partir del corte rotundo impulsado por el vendaval Ayuso. Aquella crisis aguda se resolvió en pocas semanas con el relevo idóneo en la cúpula a la que accedió el barón más valorado de la formación conservadora, Alberto Núñez Feijóo. El seísmo propiciado por la líder madrileña en la guerra intestina con el irresoluto Pablo Casado tuvo la mejor resolución posible.
A simple vista se antoja complicado aventurar que la crisis del Partido Popular en Menorca vaya a tener un desenlace tan esperanzador como la ocurrida en la sede de Génova hace poco menos de un año. Entonces Feijóo generaba un consenso indiscutible en la formación, desde su plana mayor hasta las bases. El crédito se gana a diario y el gallego lo había alcanzado en su tierra encadenando victoria tras victoria desde 2009 hasta que aceptó el desafío para combatir a Pedro Sánchez y recuperar los votos perdidos entre Ciudadanos y Vox. Veremos si lo consigue.
En la Isla el relevo en la cima del partido llega, probablemente, tarde y mal porque apenas quedan cinco meses para las elecciones y porque estos movimientos subterráneos para desalojar a la presidencia se plantean mejor con el relevo definido y mediante una transición más tranquila. No ha sido el caso, aparentemente, porque ni Jordi López ni Adolfo Villafranca se intuían primeras opciones para desplazar a Misericordia Sugrañes, decidida a repetir candidatura al Consell.
En ellos descansa ahora la responsabilidad de recuperar el tiempo perdido. Buen talante y conocimientos no les falta. Otra cosa es que se confirme el cierre de filas en todo el partido en torno a ellos.