Sigo de viaje. Y sigo agradecido a los dioses por la venturosa lejanía que me separa de la cutrez radioactiva de nuestros amados lideres, a quien Fortuna conceda tanta gloria y felicidad como merezcan (y que no les pase nada).
Mi anterior visita a Delhi se produjo hace unos quince años. Entonces las avenidas estaban abarrotadas de familias malviviendo en las aceras, bajo unas inestables techumbres a base de palos, plásticos y uralita, cocinando allí mismo en pequeñas fogatas, con los niños descalzos y medio desnudos arriesgando sus vidas entre un tráfico increíblemente caótico ambientado con orquesta de cláxons y humareda de tubos de escape difícilmente respirable. Hoy, ignoro cómo lo han conseguido, no he visto a nadie viviendo en esas mismas aceras.
Deambulando por las coloridas calles llenas de confusión, de olores y de atareadas muchedumbres trasladando, comprando y vendiendo todo tipo de mercancías no he encontrado ni un solo mendigo (hace tres lustros eran legión). Tengo la impresión de que los indios han aprovechado los últimos quince años mucho mejor que nosotros los europeos (quizás narcotizados por la suficiencia).
Viajando en coche por el estado de Kerala (donde tampoco he visto mendigos) intuyo que la flexibilidad es una de las virtuosas prácticas mejor aprovechadas por los lugareños. Si los conductores indios se comportaran como los suizos (esto es, respetando las normas de circulación) sería imposible desplazarse de una ciudad a otra sin invertir días en la empresa. En cambio aquí el conductor asoma la gaita y comienza la maniobra de adelantamiento (pasando olímpicamente de la raya continua o la escasa visibilidad en curva) y luego negocia sobre la marcha la situación creada, bien abortando ágilmente el sorpaso, bien obligando al vehículo que viene de frente a arrimarse apuradamente a la cuneta (todo ello adornado con algarabía de bocinazos). Y funciona. La cosa fluye y no se ven vehículos accidentados en los arcenes como sería esperable ante tanta temeridad.
Otra circunstancia que llama la atención es la pulcritud y elegancia de la vestimenta de las mujeres, incluidas las que claramente no han sido favorecidas con rentas altas y ni siquiera medias. Lo mismo sucede con los uniformes de los escolares que parecen tan recién planchados como impecablemente peinados aparecen sus cabellos; en el caso de las niñas adornados además con primorosas trenzas y sedosos lazos.
Según dejamos atrás Kerala adentrándonos en el estado de Tamil Nadú, se hace evidente cierto descenso en la calidad de las viviendas, aparecen algunos mendigos y todo apunta a que la pasta no sobra. Aun así la vestimenta femenina sigue siendo elegante en grado sumo, limpia y planchada. Me asombra.
También me asombra que la casa del «rico del pueblo» se sitúe contigua a viviendas muchísimo más modestas y no disponga de valla ni de ninguna medida especial de seguridad. En otros muchos países en los que existe una gran desigualdad de rentas (pienso en gran parte de Hispanoamérica o de Africa) el adinerado establece su lujosa morada en barrios blindados cual castillo medieval con guardias armados, tapias y alambres de espino. Confieso que me gusta más el estilo indio en este ámbito convivencial: hace pensar en gentes que (quién sabe por qué) son menos violentas.
Contrariamente a lo que pensaba, he notado por doquier una preocupación notable por el medio ambiente: selvas dotadas de vigilantes dedicados a proteger la numerosa fauna salvaje (sus junglas son espectaculares) y evitar la tala de árboles; se leen llamamientos continuos de respeto por los humedales, sugerencias para el ahorro de agua, referencias a la huella de carbono, etc.
Pero quizás lo que más me ha sorprendido (pues ignoraba tal circunstancia) es la cantidad de iglesias católicas con que me he topado en la costa Malabar, ostensiblemente más numerosas que los templos hindúes o budistas. Saco de ello la conclusión de que si quisieras contratar a un buen misionero deberías buscar en Portugal, pues al parecer a ellos es atribuible el espectacular éxito de conversiones. Me río de San Francisco Javier...