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Sin que nadie nos haya advertido de los peligros, heredados unos de este pasado año y otros por descubrir.    Eso sí , se nos han regalado unos paracaídas para que procuremos salvarnos, pero no todos llevan anilla, así que, mucha suerte en el reparto.    Pero antes, ¿qué tal fue la despedida de esa llamada Nochevieja? ¿Que tal combinaron los confetis con los restos de turrón y las burbujas del cava cuando levantamos las copas al final de las doce campanadas? Y las doce uvas, ¿nos la tragamos al ritmo de las campanadas o como cada año las confundimos con los cuartos mientras nos atragantábamos con ellas? Bien, eso ya fue pasado, justito pero pasado.

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Cuando me lean será día de resaca y atontamiento generalizado porque estamos, sabemos que estamos pero no muy bien donde. Es el estado perfecto para quienes dirigen los hilos de nuestra existencia, la mente está turbia y por    consiguiente también la toma de decisiones por parte nuestra, el momento ideal para que nos pongan sobre la mesa un rosario de derechos y obligaciones que con el paso del tiempo se irán modificando bajo el lema «por el bien común». Si algo estoy seguro que no habrá cambiado será el sobaco de Ambrosio que seguirá emitiendo su peculiar aroma del 2022    porque es un enemigo del desodorante. Dice Ambrosio que el desodorante es el disfraz de las axilas, que la gente se lo pone porque la publicidad te lo encasqueta y los demás somos fieles a todo aquello que huela a limpio y que no hay nada como lo natural, lo salvaje, aunque dejemos como Ambrosio un rastro mortal a nuestro paso, para que sepan que existimos dice el, un enamorado del desorden dentro del orden, como el pan nuestro de cada día, el que sube y sube y no precisamente por la levadura.