No fue ayer el mejor día ni el mejor año para celebrar esa Constitución que rechazan nacionalistas de la periferia y respeta en general el resto de la población. A los derechos y libertades que proclama ese documento del 78 debemos buena parte de estas cuatro décadas largas de convivencia y debate, hay que recordarlo de vez en cuando por más que lo normal por grato que sea ni es noticia ni se celebra más allá del ámbito institucional.
El Congreso de los Diputados, la institución más comprometida con la revitalización del espíritu constitucional, está siendo en las últimas semanas el peor ejemplo para el prestigio que se le reclama. Nunca el debate había estado tan encabronado con insultos de ida y vuelta. Tampoco nunca habían estado los escaños habitados por la fauna que ahora agita y ocupa la sede de la soberanía.
«Las instituciones ganan o pierden prestigio por lo que hacen, pero también por lo que con ellas se hace», había dicho Francisco Tomás y Valiente, asesinado por aquellos que no respetaron la Constitución y sus principios porque tampoco supieronrespetar la vida del magistrado valenciano y un millar de personas más. El prestigio está cotizando muy bajo.
Tampoco es el mejor momento para el Gobierno, sostenido, como dijo Otegui hace poco, por los partidos separatistas que renuncian a formar parte de este país. Resulta complejo abanderar la defensa de la Constitución desde una posición de dependencia y la merma de autoridad que ello supone.
Por si faltara algo, tampoco dio la talla la selección española, convertida en una especie de reservorio para los patriotas escépticos que, sin embargo, sienten los colores y se sienten país en cuanto suena el himno y empieza a rodar el balón. Nunca había jugado la selección tal día como ayer y era la última esperanza para salvar la jornada constitucional. Ni eso, ganó Marruecos.