En la España vacía, y en la llena y en todos los países, hay autobuses que comunican los pueblos con las capitales. El transporte es estratégico y elemento de cohesión de los territorios -cuánto más en los insulares, bien lo sabemos-, si el bus se queda pequeño para la demanda se pone otro más grande o un segundo vehículo.
Nuestro bus para ir a la capital -que, como dicen en Ciutadella solo hay una, Palma- es el avión de las siete de la mañana, que constituye un servicio esencial que los poderes públicos han de garantizar más allá de quien lo preste en un momento u otro.
Hace ya unas décadas que Air Nostrum reina en este mercado con solvencia y satisfacción general de los pasajeros una vez estos han logrado, no de la compañía sino de los poderes públicos, un precio razonable para el bus aéreo. No había motivos para romper el equilibrio de esa relación.
Han cambiado el primer avión de la mañana, que era de cien plazas por otro de 72, dicen que por razones de sostenibilidad. Ja hi som otra vez. El de cien plazas es un reactor y el otro un turbohélice, más contaminante acústicamente. Lo de la sostenibilidad es bastante relativo salvo que se trate con pulsión ideológica, que es lo que está ocurriendo ahora.
Parece que han sido los poderes públicos de las Islas, el Govern de Francina, responsable de garantizar el bus aéreo, el que ha inducido a usar el avión más sostenible aunque más ruidoso y con 30 plazas menos. Dicen que el exceso de prudencia es cobardía y el exceso de sostenibilidad, pura empanada política.
Que le cuenten al paciente que ha de acudir a Son Espases -acojonado además porque nadie va allí por diversión- para un marcapasos que lleva tiempo esperando que tendrá que aplazarlo porque el avión es más pequeño y no hay sitio para todos. Explíquenle eso de la sostenibilidad para salvar el planeta a costa de su propio padecimiento.