Los padres y sus hermanas en Venezuela, Elisabeth, enterrada en un cementerio de Barcelona, quizás en una fosa común, y su marido, declarado culpable de todos los hechos que se le imputaban. Él la asesinó intencionadamente ahogándola en el jacuzzi de la nave de Ciutadella tras suministrarle una cantidad de droga que ya pudiera haber sido letal por sí sola, han determinado por unanimidad los nueve miembros del jurado popular.
Es este el triste desenlace de una historia de película trágica, interpretada en cuatro sesiones de un juicio de enorme carga dramática, con documentos desgarradores, que sin embargo ha venido a ofrecer una realidad experimentada ahora también en Menorca.
Se trata del primer crimen de violencia machista que ocurre en la Isla, el mismo lugar donde Eduardo Estela ya propinó una tremenda paliza a su mujer a la que había enviado al hospital cuando vivían en Barcelona por otra agresión brutal. Los servicios sociales del Consell, a través del Centre Assesor de la Dona, la alojaron en la casa de acogida y le proporcionaron asistencia jurídica y psicológica. Pero la dominación que ejercía él sobre ella la llevó a perdonarle y regresar a su lado. Desde entonces, como dijo el abogado de la CAIB en sus alegaciones finales, fue la crónica de una muerte anunciada, posiblemente con un móvil económico para reflotar su endeudada empresa con el capital del seguro.
El motivo, en todo caso, es circunstancial. Lo trascendente es el desarrollo de los acontecimientos, la ascendencia que tenía el asesino sobre su esposa, y las grietas de un sistema que aún no está preparado para evitar que la víctima vuelva una y otra vez junto a su maltratador arriesgando su vida.
Eduardo, todavía con otro juicio pendiente por la acusación de otra muerte en Venezuela, pasará muchos años entre rejas, pero Elisabeth acabó su vida a manos de él. No hay condena que repare ese final.