Qué tal queridos lectores, cómo llevan esta nueva estación del año a la que algunos han bautizado como veroño, seguro que ya tenemos a los equipos de marketing de las grandes compañías dándole vueltas al coco para facturar más en base a vender productos acordes a estos nuevos tiempos climáticos, del tipo: batidos fresquitos de turrón, bañadores rojos con estampado de renos blancos, mojito de castaña asada, figuritas de surfistas para el Belén, el árbol de Navidad plegable y reversible que sirve también de sombrilla de playa y un largo etcétera de chorradas «imprescindibles» que harán que nuestros veroños sean los más felices del mundo y así lo gritaremos a los cuatro vientos colgando nuestras fotos, con millones de filtros, en Instagram. ¿Alguna duda de que nos extinguiremos más pronto que tarde?
Lo que no haremos es cruzarnos de brazos hasta el pitido final, no estaremos a verlas venir hasta que el último apague la luz, no nos tumbaremos con un cojín en la cabeza hasta que alguien diga chimpún, porque en ese ratito que nos queda, dure lo que dure, algunos se están pegando la gran vida padre y otros lo están pasando peor que un diabético en una pastelería, que una gamba en un coctel y que un neoliberal en un encuentro de ONG.
Vale, muy bien, ¿pero qué podemos hacer? Ni puñetera idea, no tenemos la sabiduría del oráculo de Delfos, ni la arrogancia de los gurús contemporáneos para ir vendiendo consejos a la gente, consejos que normalmente no sirven para una mierda excepto para enriquecer obscenamente al que los da. Sí, ya lo sé, esto no me hará la persona más popular en el gremio de los coaches, pero como dijo un gran sabio: «Si ya me importa poco lo que opinen los demás de mi, imagínate lo que opine un puñetero coach. Namaste». Bueno, en realidad no lo dijo un sabio, sino el catedrático John Wilson, famoso por sus excéntricas teorías, sus fuertes digestiones, sus apoteósicas evacuaciones, su firme sentido de la justica y por ser un asiduo visitante de nuestra bella Menorca. (Para ampliar información, y perder el tiempo a lo tonto, teclee en Google «jose cabezas y john Wilson»).
Lo que no hace falta que nos diga ningún coach es que dentro de nada habrá que hipotecar la casa, el que la tenga, para poder comprar cebollas, sí cebollas, porque han subido un 105 por ciento, ole y ole, la locura total, Sigamos, el calabacín un 154 por ciento, el plátano un 264 por ciento, la leche un 42,4 por ciento, y los huevos un 62 por ciento, estos son datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Flipa con el panorama, y nos suelta el presidente de la Francia, que se ha terminado la época de la abundancia, tócate lo que ha subido un 62 por ciento. Fin de la abundancia para quien, porque para ti monsieur Macron seguro que no, tú podrás comprar plátanos y caviar de Beluga cuando te salga de la torre Eiffel, o fin de la «abundancia» para las 262.000 personas de Baleares que viven en estado de pobreza y riesgo de exclusión social a pesar de haber batido record en su temporada turística (datos de hace dos semanas en el informe AROPE presentado al Parlament de Illes Balears).
Madre mía, no me puedo imaginar un mundo sin cebolla, si además de tener que aguantar a tanto ultraneoliberal loco que va de la manita de los tarados neofascistas, tenemos que hacernos la tortilla de patatas sin nuestras planta herbácea favorita, nada tendrá sentido. Así que hagamos cositas para que eso no pase «porfa». Lúpulo y feliz jueves.
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