Ya estamos en la época del año más depresiva, queridos lectores con todos ustedes el triste, melancólico y para algunos hasta lúgubre otoño. Los que saben de las cositas del coco humano, véase psicólogos y psiquiatras, le llaman el trastorno afectivo estacional, y parece que en esta época todos, en mayor o menor medida, estamos apáticos, con poca energía, con más problemas para concentrarnos, nos sentimos más inútiles y aumenta nuestro sentimiento de culpa.
Toma ya cóctel explosivo, leyendo esto a uno le da más bajón que en un concierto de Taburete, se pone más triste que en una conferencia de Fernando Savater, por ver cómo evoluciona una lúcida mente humana para acabar hecha papilla y con una total ausencia de ética, le invade el abatimiento más que ver como un currito, que no tiene ni para pagar su hipoteca a interés variable, sale a la calle para apoyar a los de polos con inmensos cocodrilos que agitan palos de golf al aire pidiendo libertad para que el papá Estado les pague el servicio domestico, que últimamente se ha puesto muy tiquismiquis y pide contratos, sueldos dignos y esas cosas de rojos y progres.
Como ya saben que Mr. Wonderful y yo nos llevamos peor que la marioneta de la próxima presidenta del país con las merluzas, no les puedo dar ni un consejo para combatir la murria otoñal. Pero seguro que, al igual que pasa al principio de verano con los listados de trucos para adelgazar y lucir tipo y un estupendo moreno en la playa, encontraremos en Internet, televisiones y diferentes plataformas un montón de recomendaciones que nos dirán lo que tenemos que hacer para no ir tristoncios por la vida. Nos dirán, por ejemplo, que con una cucharita de aceite de ricino y tres dientes de ajo tomados en ayunas nuestro humor cambiará y seremos más felices que Melón y Bolsonaro cenando con Trump mientras hablan de los beneficios que supone volver a una economía esclavista e implantar el Cuarto Reich, son unos nostálgicos.
O nos dirán que nos demos luminoterapia, que recolocará nuestros ritmos ciscardianos dejándolos más afinados que un Stradivairus, o nos darán unas pastillitas antidepresivas que nos ayudaran a salir de la cama para ir tirando lo mejor que podamos. Mire, si cualquiera de los tratamientos, o sugerencias, propuestos le sirve, adelante con eso, bastante jodido es pasar por las bajonas depresivas como para estar soltando chorradas sin tener ni pajolera idea del tema, eso ya se lo dejamos a los cuñados engominados que usan chalecos de caza para ir a la oficina.
Ahora toca una reflexión del filósofo (ay, qué sería de nos sin la Filosofía) y profesor de la Universidad de Bonn Markus Gabriel: si tienes un sueldo paupérrimo y unas condiciones laborales aún peores, seguramente tendrás ansiedad o depresión, y el sistema te ha hecho creer que lo que necesitas es un psicólogo, pero en este caso lo que necesitas es un sindicato, porque si tienes un sueldo digno, con un horario razonable que te permita tener vida social y cultural, además de tus necesidades básicas cubiertas, tu salud mental mejorará. Este sistema siniestro crea depresivos en lugar de revolucionarios; ellos la lían parda pero dicen que la culpa es nuestra, ¿les mandamos ya a la mierda?
Cerramos, una vez más cada cual su opción pero creo que atravesar los otoños de la vida con la familia, un buen puñado de amigos, y cantidades ingentes de lúpulo no está nada mal, recuerden: el humor y el amor como las últimas trincheras contra tanta locura. Feliz jueves.
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