El mes que viene Menorca entrará oficialmente en estado de prealerta por sequía, las reservas hídricas encadenarán tres meses consecutivos por debajo del 50 por ciento y se activarán algunas medidas –muy pocas y básicamente meras recomendaciones– para ahorrar agua. Irán dirigidas a los menorquines, no a los cientos de miles de turistas y propietarios de segundas residencias que ya han vuelto, o lo habrán hecho, a sus lugares de origen. El sufrido acuífero se resiente con el tiempo de los excesos estivales y de la escasez de lluvia. Uno ya no sabe si alegrarse de ello o enfadarse.
Otra alarma bien distinta ya se ha disparado con el inicio del curso político, si es que ha dejado de sonar en algún momento. Es la del estado de prealerta por proximidad de elecciones, que de igual forma activa medidas, en este caso dirigidas a que los ciudadanos vayan tomando nota de dónde depositar la papeleta cuando llegue el mes de mayo del año que viene, en el caso de las locales.
Los movimientos electoralistas son constantes y no siempre edificantes. Los partidos al mando de las instituciones (ya quedan pocos casos en que lo hagan en singular) hacen equilibrios en esa cuerda tensada entre el lucimiento de la acción global de gobierno y el intento tantas veces frustrado de brillar cada uno con luz propia. Los juristas, técnicos e interventores se tiran de los pelos hasta la calvicie por la gestión atropellada de la cosa pública, tan propia de los malos alumnos que estudian para el examen la noche antes. Y la oposición se tira a la yugular con o sin razón a las más mínima, exponiéndose sin aparentes reparos al espejo espejito de las hemerotecas pasadas y futuras. Debe parecer a los políticos que las elecciones son pasado mañana, a tenor de los tiempos administrativos, pero faltan muchos meses para la población que, al igual que el acuífero –o al menos tan sufrida como este– se suele resentir de los excesos y escaseces con el tiempo.