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Tenía Adamo una canción titulada «Tu nombre» que afirmaba: «Tu nombre es el más bello poema que el amor ha creado». Seguro que no habría escrito eso si el nombre en cuestión hubiera sido Luz Cuesta Mogollón, o Nicolás Rey Follador, o Kevin Costner del Niño Jesús, o James Bond Cero Cero Siete, o Frankenstein de Jesús Echevarría o Disney Landia Rodríguez. Y sin embargo todos estos nombres existen y están registrados en diferentes carnés de identidad. Dicen que algunas veces los padres no se dieron cuenta al poner esos nombres de la coincidencia vistosa con la realidad, que el sarcasmo no fue intencionado. Pero en otros casos la intencionalidad parece clara. Dicen que la joven llamada Luz Cuesta Mogollón se ha hecho «viral», que ha recibido la atención de «los medios» y ha declarado en algunas entrevistas que sus padres no preveían la subida de la luz que ha popularizado su nombre. Pero en todo caso no es muy habitual, al menos entre nosotros, llamar a alguien Kevin Costner, James Bond o Disney Landia. Parece, sin embargo, que en Sudamérica se sigue la costumbre de estos nombres llamativos. En tiempos tuve una alumna que se llamaba Gioconda Fabiola, y lo cierto es que era muy buena chica y estudiosa. No es el caso de otro alumno que tuve también en tiempos que se llamaba Darwin. Este era más revoltoso. Una vez le dije: «¿Sabes quién era Darwin?». Y me contestó, literalmente: «El hijoputa ese». Lo que resulta cuando menos curioso. Si yo le hubiera dicho eso a uno de mis profesores, o «maestros», me habría vapuleado de lo lindo. En catalán de Menorca se dice: «M'hauria girat sa cara» de un bofetón. De modo que ahora podría mirar atrás sin ira, cosa que por cierto ya practico habitualmente. Lo malo vendría a la hora de mirar hacia adelante.

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Es sabido que en su novela «La Colmena» Camilo José Cela llamó a uno de sus personajes Cojoncio Alba, pero se trata de una ficción y del resultado de una apuesta entre amigos más bien bestias o «tremendos» (el estilo de Cela ha sido calificado a menudo de «tremendista»). Sin embargo, y no es ficción, en los años cincuenta se bautizaba en España a los niños con la coletilla «de los Sagrados Corazones de Jesús y de María» y desde luego con el nombre de pila en castellano. Por supuesto que a mí me pusieron Pablo Ignacio Faner Coll del Sagrado Corazón de Jesús y de María. Sin ir más lejos. Hoy uno puede ponerle cualquier cosa a un bebé desde King Kong a Caperucita Roja. Ya saben, ni tanto ni tan calvo ni con dos pelucas.