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Suele ocurrir muchas veces o por lo menos a mi me ocurre que, cuando te plantas ante la pantalla de tu ordenador o frente a un inmaculado folio, las ideas no aparecen porque las musas se han ido de vacaciones. Miras a tu alrededor e incluso dentro de ti mismo y las pistas que se te ofrecen son caóticas. Rechazas acudir a lo fácil, a lo más sobado, guerras, asesinatos, estafas, que te permitirían llenar folios y más folios. Sigues buscando lo más cercano, lo cotidiano, todo aquello que debes aceptar por imposición porque no estás para quijotadas y los molinos son molinos y no fantasmas de tu imaginación. Te pasarías en más de una ocasión a ser un simple escudero cargado de filosofías con escaso auditorio y así poder dejar pasar de largo proezas prefabricadas que solo llenan el ego de quienes se creen poseedores de la única verdad.

Más tarde y casi sin querer te das cuenta que tienes las manos algo sucias por contaminación de algunos impresentables y con el estilo de un Pilatos de segunda mano decides lavártelas. Abres el grifo y te das cuenta de que el agua purificadora que buscabas ya está escaseando y la que cae es poca para poder borrar tantas imperfecciones. Entonces cierras el grifo, te secas las manos como puedes y te vas a observar esa puesta de sol que todos dicen es irrepetible y que pone punto final a esa etapa que comenzaste con el pie izquierdo y te dices a ti mismo lo de siempre, que mañana será otro día aunque sabes sobradamente que más o menos será igual.