No se ustedes, pero yo de vez en cuando necesito tener a mano un lubricante de esos lo suficiente potente para poder engrasar las bisagras de mis puertas y ventanas interiores cuando chirrían más de lo necesario. Tampoco quiero que enmudezcan del todo, preciso controlar el nivel de sus voces porque de ellas depende en parte mi tranquilidad, ya que son como el faro que guía y protege mi nave cuando me acerco demasiado a los recortados acantilados donde el mar enloquecido, vete a saber porqué, intenta hacer añicos mi tabla de salvación y engullirme a las profundidades más oscuras.
Algunas de esas puertas ya no me sirven, las abrí hace un montón de años, cuando solía dejarlas abiertas porque confiaba a ojos cerrados en quienes me rodeaban, entraban y salían sin llamar ni avisarme y jamás se apoderaron de nada que no fuera suyo, pero hoy ya son agujeros negros del pasado. Las que tengo frente a mí recién pintadas ya es otra cosa, nunca recuerdo cual es la llave de cada una y siempre me equivoco al querer abrirlas. Se que existen llaveros y hasta colores diversos para pintar cada una de ellas y así distinguirlas, pero eso solo funciona cuando son muchas las puertas. Cuando son solo tres que es mi caso yo les diría que hasta disfruto en eso de acertar o no, es como jugar a una lotería en la que compras una participación que te tocará o no, pero que tiene la ventaja o el inconveniente de que llegarás a acertar en algún momento siempre y cuando no te traumatices por no haberla acertado a la primera.
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