Buenas queridos lectores. Les digo que no está nada mal vivir en un mar de dudas, o en mi caso en un charco de dudas. Si por lo que sea, aburrimiento o casualidad, han leído algún otro artículo de los que firmo sabrán que defiendo la duda como un factor humanizante, y por lo tanto huyo, como alma del diablo, de los que afirman tenerlo todo claro, son peligrosos.
La catedrática de Filosofía Victoria Camps recoge en su libro «Elogio a la duda» de forma magistral lo que yo torpemente les intentaba trasmitir: «en un clima como este, la duda ante lo que desconcierta y extraña, en lugar del exabrupto inmediato, sería una forma de reaccionar más saludable para todos», nada más que añadir, señoría.
Dicho esto, para que la dubitación no nos paralice, no podemos dudar absolutamente de todo, porque no tenemos un dios como Descartes que tire de un hilo para sacarnos cuando nos estamos ahogando a la misma distancia de la superficie que del fondo después de agotar el camino con su: «pienso (dudo), luego existo», el tema de los dioses como recurso ya nos lo dejó apañado Nietzsche. Así que quiero compartir con ustedes unas cuantas cosas que tengo claras y me sirven para ir tirando.
Tengo claro que Rousseau tenía razón cuando nos decía que una sociedad es realmente justa cuando en ella no hay un hombre lo suficientemente pobre como para verse obligado a venderse a otro, ni un hombre lo suficientemente rico como para poder comprar a otro. Otras cositas del filósofo ginebrino me rechinan más que escuchar a un miembro de la ultraderecha llamar nazis a sus opositores, vaya diarrea mental. Tengo claro que el profesor Escohotado tenía razón cuando decía que una sociedad no es rica por tener oro o petróleo, una sociedad es rica cuando tiene educación. Otras cositas que escribió el filósofo de «Historia de las drogas» me dan más repelús que la gente que le echa limonada a la cerveza.
Tengo claro que me gusta vivir en Menorca, que me siento menorquín, a pesar de su creciente elitismo que expulsa el carácter ecléctico que tanto me agradaba, a pesar de su creciente gentrificación, a pesar de que tendré que coger un autobús lanzadera para llegar a mi casa debido a la masificación veraniega, a pesar de que la caldereta de langosta me parece un plato sobrevalorado, tengo muy claro que nuestra isla me flipa.
Tengo muy claro que la familia y los amigos son la razón de ser de una vida que gira tozudamente hacia el absurdo y el sinsentido. Qué sorpresa para la derechita que quiere ondear la bandera de la familia en exclusiva, aunque quizás ellos se refieran sólo a familias estilo Opus Dei, entonces vale. No dudo ni por un instante de la necesidad imperiosa de alcanzar la igualdad de derechos real entre hombres y mujeres. No dudo, ni mínimamente, de que el planeta se va al carajo, no sé cuándo, supongo que cuando hayan talado el último árbol y esas cositas; sólo las patatas fritas corchopan de Burger King sobrevivirán al gran pedo final.
No dudo que la cerveza IPA, que elabora la buena gente de Graham Pearce, desde Sant Climent al resto del mundo, es la hostia de buena, y con cada sorbo su amargor me lleva al jardín de Epicuro donde me encuentro en el estado perfecto, el de «estar tan pancho».
Y por último, no dudo de que la opinión sin información, ni reflexión vale una mierda. Así que tómense estos artículos como lo que son, unas líneas donde un miope aficionado a la cerveza ejerce su derecho a réplica, nada más y nada menos. Feliz jueves ¿santo o laico?, elijan ustedes.
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