Les coses senzilles
El mal de la guerra
Hubo en este país una guerra civil que terminó hace ochenta y ocho años, y todavía hoy puedo adivinar consecuencias negativas del conflicto. Y eso que dicen que el tiempo lo cura todo. Sin embargo, muchas familias tienen algún muerto o herido de uno u otro bando que recordar. Algunos son más viejos que yo y aún no han encontrado las tumbas de sus padres. Otros son tan viejos como yo y aún sufren pesadillas provocadas por la vida de sufrimiento de sus padres a causa de las heridas de la guerra. Todavía detecto odios y rencores entre los de uno y otro bando. Todavía veo colectivos enteros reivindicando pérdidas materiales o emocionales. Todavía oigo historias espeluznantes de una humanidad que no tiene nada de humano. Por eso escribí una vez que la guerra abre a veces heridas más profundas que la muerte. Por no hablar del millón de muertos a causa de la violencia insoportable de la guerra. Pero los muertos están muertos, el viento sopla entre sus tumbas, como dijo Leonard Cohen, y los vivos tienen que apechugar día tras día, año tras año con recuerdos lacerantes, con historias increíbles, con heridas que no se cerrarán jamás. Los vivos tienen que seguir viviendo. ¿Cómo apaciguar el ánimo tras el sufrimiento, cómo acallar el recuerdo de cuando uno tuvo que vivir escondido para que no le alcanzaran las bombas o las represalias de los ejércitos enfurecidos, cómo vivir cada día convertido en un despojo humano a causa de las heridas físicas, cómo adaptarse a la existencia cotidiana de la postguerra con el ataque recurrente de un recuerdo insoportable que a menudo enajena los sentidos? Un mes y otro mes, un año y otro año, una vida y otra vida: la de los hijos… ¿Hay alguna herida que dure toda la vida y la vida de los hijos y la vida de los pueblos? ¿Hay algún atentado mayor contra la vida, todas las clases de vida, que la guerra?
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