En tiempos llegué a pensar que la claustrofobia era la fobia a asistir a los claustros del instituto, donde algunos hablaban por hablar y se hacían más pesados que una vaca en brazos. Después, cuando la tele proyectó la serie Holocausto, que narraba la historia del holocausto de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, emitida en cuatro capítulos en 1978, dirigida por Marvin J. Chomsky, los alumnos del instituto montaron una jocosa protesta transformando el nombre en «Holoclaustro». Pero ahora sé que la claustrofobia no era eso, porque resulta que el aeropuerto de Bangkok ofrece cápsulas-dormitorio para descansar al precio de cuarenta euros, como una especie de celdillas que no deben de ser aptas ni para claustrofóbicos ni para sonámbulos. Una escalera para trepar hasta la celdilla, un colchón, dos almohadas, una botella de agua, un paquete de pañuelos y tapones para los oídos. Esto, naturalmente, ya lo inventaron los japoneses, que también inventaron el váter que te lava el culo pulsando un botón.
Les coses senzilles
Claustrofobia
21/02/22 0:54
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