Goodbye. Au revoir. Arivederci. Auf wiedersehen. Adéu. Adiós año 2021. No queda nada queridos lectores para que arranquemos otra página del calendario gregoriano, que por lo que sea es el más usado en el mundo. Ya sabemos todos que la percepción del paso del tiempo es subjetiva, cuán largo se puede hacer un día de trabajo, y cuán rápido vuela un mes de vacaciones. En el disfrute los minutos van raudos y veloces, y en el aburrimiento, o el sufrimiento, las manecillas de los relojes no avanzan ni a empujones. Por lo tanto el contexto general invita a creer que el año que se va ha sido espeso y grumoso, difícil de digerir, como un concierto de Bertín, un programa de Ana Rosa, o un polvorón en verano.
Ahora bien, seguro que durante este año que se va alguien ha podido pagar por fin la hipoteca de su casa y se ha quitado esa losa de encima. Seguro que hay personas que han sido papás y mamás y eso les ha dado una gran alegría. Habrá personas, también, que se han enamorado y han sido correspondidas. Otras que han conseguido salir de una larga enfermedad, o que han encontrado un trabajo digno. Seguro que hay personas que en el 2021 han leído un libro que les llenó de gozo, o disfrutaron con una película, o serie, que les hizo reír para descansar la cabecita. Personas que han decidido tener un huerto para que el olor de las zanahorias y las lechugas les acompañe en un viaje hacia la calma. Personas que han decidió casarse, esto no sé si es bueno o malo, solo el tiempo lo dirá. Personas que por fin se han decidido a dedicarle tiempo a su pasión y han comenzado a bailar claqué, a pintar bodegones, a escribir poemas, a hacer deporte, ganchillo, fabricar cerveza artesana, estudiar japonés, o a coleccionar soldaditos de plomo. Personas que han decidido adoptar una mascota, o que han encontrado en el yoga un apoyo para que el estrés no les tumbe de un infarto.
Cuando hay una tragedia, como un terremoto, siempre nos informan del caso milagroso de alguien que sobrevivió unos días enterrado bajo los escombros hasta que los bomberos lo pudieron sacar. En contextos trágicos, casi apocalípticos y distópicos, es necesario poner el foco en esa rendijita de luz, algo así como: «vale tío, todo es una boñiga gigante, y nos vamos por el desagüe a la velocidad de la luz, pero frente a eso, o seguimos tragando mierda hasta que dejemos de respirar, o nos agarramos a algo, cada cual a su rollo, para hacer el trayecto final lo más llevadero posible, tú mismo».
No lo sé, pero quizás si aceptamos de una vez que la «nueva normalidad» es que nada será normal, nos relajamos un poco. La rabia está muy bien como motor inicial para la acción, y además nos aleja de la funesta e inútil resignación. Pero si no conocemos bien las aguas en las que navegamos nos vamos a ir a pique cargaditos de ansiolíticos, y eso no mola nada de nada.
Por mi parte deseo, desde mi amada Menorca, que nadie se atragante con las uvas, que la salud les acompañe como la fuerza a un jedi, que la semana que viene vengan los Reyes Magos solitos, sin cargar con otros reyes corruptos y mafiosos, que si deciden ponerse una prenda interior de color rojo en Nochevieja se la pongan de algodón, los tejidos sintéticos producen rozaduras y son inflamables, que no les falten amigos (de ser así, háganselo mirar) con los que compartir unas buenas cervezas, y que tiren mucho del humor y del amor como las ultimas trincheras que tenemos para no volvernos completamente idiotas. Feliz último jueves del año.
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