La Justicia suiza ha dado carpetazo a la investigación que durante tres años ha buscado pruebas sobre un presunto blanqueo de capitales por una transferencia millonaria en favor del rey, ahora emérito, procedente de Arabia Saudí. Tampoco se ha hallado vínculo entre ese obsequio y los contratos para la construcción del tren de alta velocidad a La Meca a empresas españolas. Es mucho dinero y averiguar si el origen es legal o no en el mundo de los jeques que compran grandes clubes de fútbol y trust empresariales constituye para las instituciones europeas adentrarse en la cueva de Alí Babá y perecer sin remedio.
La Fiscalía española tampoco ha encontrado nada punible en sus pesquisas por más que ha estirado las indagaciones, ha puesto empeño en la tarea y ha vertido interesadas filtraciones para prolongar la duda. Tampoco era necesario para deteriorar más la conducta del patrón de la transición que ahora cuando vuelva nos puede hacer reir con otro «lo siento mucho, no volverá a ocurrir», como aquella promesa infantil que le oímos tras la accidentada cacería de Botsuana.
Desde el punto de vista de la historia y la dinastía Borbón su trayectoria no desentona. Realizó un buen trabajo de arbitraje político durante unos años y ha tenido luego una intensa vida privada con conductas, cómo decirlo, muy humanas. Ahí reside la clave de este proceso, la pugna de Podemos con la complicidad, a veces activa y otras por omisión, del PSOE contra la Monarquía, «una estructura que favorece la corrupción», decían ayer tras perder el primer asalto, el de la persecución judicial contra don Juan Carlos.
El emérito es además el símbolo vivo del espíritu del 78, el sistema que quieren derribar los antisistema. Comenzará pues otro asalto contra la Corona que, curiosamente, en el futuro será feminista, su latoso concepto bandera.