Entre las variadas definiciones que permiten debatir sobre la política, encaja en no pocas ocasiones la que dio el dramaturgo y periodista francés, Louis Dumur, fallecido en 1933. El escritor dijo que «la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos».
Tenemos demasiados ejemplos que dan crédito a la conclusión a la que llegó el también poeta del siglo pasado. Quienes llegan a la política lo suelen hacer para trasladar a la práctica sus ideales de una sociedad más libre y más justa.Pero cuando pisan moqueta, se les asigna un despacho y entran en la burbuja de la autocomplacencia, ahí ven como se difuminan esos propósitos iniciales o, cuanto menos, pierden posiciones en sus prioridades.
En el gobierno de España tras la marcha de Pablo Iglesias, aceleró su paso al frente Yolanda Díaz, la abogada laboralista gallega que había pasado de puntillas por sus primeras incursiones en la cosa pública de su tierra hasta que llegó a Madrid.
Ahora acusada de egocentrista y trepa, siguiendo la estela de su primer mentor, Yolanda ha sabido esculpirse una imagen de comunista, nada progre e incluso algo pija, en la que destacan sus continuos desafíos. Se ha enfrentado a otras damas fuertes del gobierno de Pedro Sánchez, como Nadia Calviño, a causa de la reforma laboral, o al ministro del Interior, Grande Marlaskla, por su gestión en la huelga del metal en Cádiz. Incluso voces de su partido la acusan de ir por libre hasta el punto de que casi dos años después ha ido de salvadora incomprendida dejando con el trasero al aire al presidente. Ella, dice, ya advirtió al Ejecutivo de la llegada de la pandemia pero nadie le hizo caso.
Esa última revelación ha tenido menos trascendencia de la que realmente encierra, por lo que supone de ser cierta. Se interpreta como un nuevo gesto para convertirse en la candidata de la izquierda radical y llegar a ser la primera mujer que gobierne el país. Vino a servir a los demás pero su descontrolada ambición hace que ese propósito inicial se confunda con otros.
