De vez en cuando, un mensaje en la pantalla nos pide una actualización. La mayoría decimos que sí, aunque no sepamos qué demonios estamos actualizando. Te advierten que si no actualizas el sistema operativo, te expones a vulnerabilidades de seguridad frente a robos o a la invasión de tu privacidad.
Da la impresión de que el mundo que conocías se está actualizando. Y no te consultan qué nuevos programas instalarán en el sistema. De repente, nada funciona igual.
El panorama ha cambiado. Ley de vida. Hay un relevo generacional. Coexisten grandes avances y mejoras junto a problemas o amenazas colosales. De la Transición se pasa a la traición en un santiamén. Crecen la división, el extremismo y los enfrentamientos a marchas forzadas. La crisis económica y los cambios geopolíticos han generado gran malestar, indignación y desconfianza. Nada nuevo bajo el sol, pero con la actualización en marcha, los conflictos son más peligrosos. Nos cogen sin defensas o antivirus. Ligar, por ejemplo, puede pasar de ser pecado (o milagro) a ser delito con la nueva inquisición. Puedes convertirte en delincuente o delincuenta, que diría Irene Montero. La moderación y el centrismo son cada vez más difíciles de encontrar.
Un rayo de esperanza: los discursos de los premios Princesa de Asturias. Uno recuerda los primeros años de democracia y contempla el espectáculo actual. Si Europa no se actualiza y entra en decadencia, estaremos perdidos.