Era la tarde del domingo día 19 cuando comenzaba la erupción en el complejo volcánico de Cumbre Vieja, en la isla canaria de La Palma. Asistimos hace más de una semana a la destrucción de las explosiones y la lava que avanza engullendo todo lo que encuentra a su paso: el último recuento es de 570 casas destruidas y otras 1.600 amenazadas, pueblos enteros arrasados y ruina, económica y natural, ya que el suelo petrificado tardará generaciones en recuperarse. Pues bien, todo ello parece haberse convertido en un espectáculo.
El fuego tiene eso, una fuerza hipnótica, mejor verlo desde el sofá que amenazando nuestras vidas y propiedades. Pero los más aventureros quieren contemplarlo y sentir el calor de cerca, hay turistas para todo, como predijo la ministra Reyes Maroto en unas más que desafortunadas declaraciones. El «espectáculo maravilloso» de un río incandescente que hace que muchos palmeros corran a recoger una vida en quince minutos. Palabras que la titular de Comercio y Turismo tuvo que rectificar para, a renglón seguido, solidarizarse con los que viven el drama.
Lo cierto es que también algunos medios de comunicación están realizando un seguimiento más que exagerado, haciendo del volcán un show televisivo en el que participan caras conocidas de informativos, magazines o incluso de programas del corazón. A ninguno de ellos se les ha visto entre el barro cuando hay una riada; tampoco aparecen los turistas, el selfie con una erupción histórica detrás queda mejor. Es lógico que este fenómeno genere expectación e interés científico, además de requerir la lógica cobertura informativa, pero sin pasarse. ¿Belleza o desastre? se preguntaba un instagrammer que colgaba en esta red social una foto con un chorro rojo de lava emergiendo de la montaña, un plano tan espectacular como terrorífico. Que se lo pregunten a los damnificados. ¿Hay que hacer turismo para verlo absolutamente todo? El debate sobre la falta de empatía está servido.