Por la basura se conoce la historia de la humanidad. Los desechos son un reflejo de la economía y la sociedad en que vivimos. La nuestra sin duda, a pesar de haber alcanzado avances tecnológicos inimaginables, en lo referente a la basura quedará en mal lugar; por ridiculeces como meter dos tajadas de melón cortadas en trozos dentro de una caja de plástico o alimentos y otros objetos entre láminas de papel y celofán, para ir complicando cómo reconocer lo que se puede separar y recuperar y lo que no.
Por los residuos ya sabemos que la pandemia que nos iba a hacer mejores nos ha dejado igual, a algunos con más ansias de botellón que a otros, pero ganas de reciclar hay pocas; el 80 por ciento de los residuos producidos en los meses de junio, julio y agosto llegaron a la planta de tratamiento de Milà sin separar. A falta de las cifras oficiales de entradas turísticas, los desperdicios que llegan al vertedero también indican que no ha habido récord de visitantes, porque no se ha llegado al nivel de basura de 2019, el año pre-covid de referencia, por lo que el agobio de agosto tiene pinta de haber sido un espejismo colectivo.
El Consorcio de Residuos de Menorca espera que el giro en la recogida selectiva de residuos, específicamente en los orgánicos, llegue con el ‘puerta a puerta' en Maó y Es Castell, si no hay retrasos en 2022. Ese nuevo sistema incluye el reparto de recipientes vinculados a cada vivienda o negocio para vigilar que el reciclaje se haga bien; no se recogerán si no se cumple con la selección como toca y se anotarán las incidencias, que podrán dar lugar a sanciones. Hacerse responsable de lo que uno tira es lo correcto, ahora bien, siempre se cargan las tintas en el lado más débil, el consumidor. Se echa en falta un incentivo real, no la participación en sorteos del sistema Reciclos sino una rebaja por ejemplo de tasas municipales en otros servicios, para aquel que cumpla. El antiguo abono del ‘casco' de las botellas cuando las devolvías a la tienda era sostenible y estimulaba más que la multa.