El Presidente Sánchez puede ir atándose los machos respecto a las negociaciones con los políticos catalanes, que son de esa condición de no estar conformes nunca con nada ni con nadie. Cuantas más ganas le ponga el gobierno del Estado, más legitimados van a considerarse los de la Generalitat a subir el nivel de sus exigencias, importándoles muy poco que sus egoísmos respecto a las otras Autonomías puede estar creando un agravio comparativo.
Al negociador catalán parece ahora mismo que le haya regalado la boca un fraile. Pedir es bastante más fácil que conceder, entre otras razones porque el gobierno Sánchez no está en posición del cuerno de la abundancia, Es una frase inútil la que dice «cuánto más mar más vela» porque cualquier mareante que haya navegado a vela, podrá decirnos que ir con todo el trapo, conlleva el peligro de quedar desarbolado a nada que el velamen recoja más viento que el que su sistema puede soportar, como las escurridas arcas del estado, que cada vez tiene más que pagar y menos de recaudar.
Por si todo fuera poco, hágase lo que se haga, ellos son los de «tornarem a fer», porque su condición independentista quedaría maltrecha si se renunciase a esta premisa suya. Ya puede hilar fino el Presidente Sánchez porque los negociadores que tiene delante lo que buscan es la independencia, por más que parecen poco enterados de lo que le supondría meter a Catalunya en una independencia fuera del conjunto del paisaje y el paisanaje que es España. No iban a tardar en darse cuenta, de que por ahí fuera, no atan precisamente los perros con sobrassada.
Puede que en sus ensoñaciones consideren caro el agavillamiento autonómico, que conforma la unidad de España, si alguna vez logran su añorada independencia, su separatismo, muy pronto descubrirán que sus sueños sí que les van a resultar caro, más que caro, carísimo. Me acuerdo de aquel que dijo que la cultura era cara, y, quien sabía de estas cosas le contestó: «Pruebe con la incultura». La historia está llena de políticos que no tienen suerte con la política, sólo algunas veces, pocas en verdad, las urnas sancionan al político nefasto; mientras tanto, la ciudadanía sufre las consecuencias. Un mal político, y los hay en abundancia, no es por ello expulsado del cargo para el que no está preparado, lo que sucede, es que deja tras de sí, la estela del inútil que debió dedicarse a otro menester más acorde con su incapacidad. Y así viene a suceder, que hay que ser muy generoso para llamar política a lo que no es otra cosa que un intercambio de cromos entre los chicos de un barrio con el barrio de su vecindad.
Cuando los políticos negocian, deberían saber que no es ignorancia pequeña conocer las limitaciones que uno tiene, porque si no, se corre el riesgo de que el velamen acaben por desarbolar palos, bauprés, los estayes del trinquete y de los foques, dejando el barco prácticamente ingobernable a la merced del mal tiempo.