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Crees que nadie ha reflejado mejor la soledad humana que Edward Hopper (1882-1967). En sus lienzos desfilan mujeres sin compañía en interiores de hoteles desasistidos; ventanas en la noche que vomitan interiores en los que un único ser humano reside; tenderos sentados en aceras a la espera de clientes; escaparates en calles nocturnas desiertas; casas («junto a las vías del tren») que te recuerdan, poderosamente, el decorado central y ya icónico de «Psicosis»; pueblos sin habitantes; ciudades sin ciudadanos; mujeres en envejecidas mesas marmóreas de bares centenarios; barras despobladas de cafeterías en anochecida y…

Recordando al pintor estadounidense te preguntas hoy si, y a propósito de la pandemia,    no estaréis también vosotros solos. Como lo estuvo Gary Cooper en la película de Fred Zinnemann «Solo ante el peligro» (High Noon, 1952). Solos (no te queda otra que reiterar el término), pero sin la tristísima belleza de los óleos de Hopper. Porque son multitud los que, en este tema, han hecho dejación de funciones… Desde el presidente del Gobierno, disfrazado de Pilatos y actuando como tal, hasta ese padre/madre irresponsable que expuso a su hijo al virus a sabiendas y a sabiendas, también, de que su hijo, sí, podía mudarse en un propagador del bichejo, como así fue, es y –temes- seguirá siendo. Desde la alcaldesa que no sabe conjugar el verbo dimitir, hasta ese alelado que organiza un botellón o participa en él. Desde el estúpido negacionista paranoico hasta el juez que dicta barra libre. Desde el que se cree inmune e inmortal hasta el que despacha sin mascarilla. Desde el adolescente que se mira el ombligo, hasta el que, viéndolo, no lo corrige. Parece como si la humanidad pidiera, a gritos, su propia extinción…

Sí. Estáis solos. Solos, efectivamente, ante el peligro en una sociedad sin principios (esos que, no hace tanto, se abolieron en aras a un falso progresismo) y en la que impera un «sálvese quien pueda», patente, muy patente, en las diecisiete comunidades autónomas que campan a sus anchas con su propio librito y su particular receta…

La soledad de Hopper es de la que te hablaba el otro día tu doctora, herida, exhausta, enfadada    al constatar que toda su labor y la de tantos, sostenida en el tiempo, se deshacía en tan sólo unos días; la misma soledad que la de los docentes que, sin apenas asesoramiento, jugándosela, y sin recibir muestra alguna de gratitud, lo hicieron francamente bien, hicieron lo impensable. La misma soledad de los ciudadanos responsables que, acatando normas dictadas o normas que emergen de su sentido común, contemplan como su civismo y su sacrificio caen en saco roto a tenor de la dejadez de tantos. La soledad, en definitiva, de buena gente que sabe que su vida es suya, pero que el ejercicio de su libertad compete o puede afectar a otros…

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Cuando escribes estas líneas se han producido, en un único día, noventa y siete nuevos casos. Catorce permanecen en planta y tres en la U.C.I. Son víctimas –y no lamentas la dureza del término- de auténticos asesinos, como ese que, sabiéndose positivo, deambula tranquilamente por doquier…

¿Qué más habrá de sucederos para que cambiéis? ¿Qué más?

Y ahora, en ese domingo con esos, casi, cien nuevos casos, te sientes imbécil. Lo dijiste ya. Durante la pandemia escribiste artículos breves en los que, bajo el título genérico de Cuarentena, augurabas un cambio ético en el hombre… Te equivocaste. Radicalmente. Seguís igual.

Ya no pides nada a nadie. O a casi nadie. A lo sumo, algo a la buena gente. Estáis solos, efectivamente. No esperéis soluciones de los políticos, ni de algunos padres, ni de una juventud que deambula con móviles de alta gama, pero sin valores, ni de tanto conocido irresponsable, ni de ciudadanos que, a la postre, no son ciudadanos. Confiad en vosotros mismos y seguid haciendo lo correcto, aún cuando os sintáis salmones yendo a contracorriente. Porque, de ser así, os libraréis, al menos, del peor de los virus: el de la culpa…