El presidente del Gobierno, o quien le aconseja sobre estos asuntos, ha elegido el Liceu, el templo barcelonés de la ópera, para pregonar su cambio de parecer, una vez más, sobre el que sigue siendo un tema capital de la política española, el desafío constitucional de quienes indulta en nombre de la concordia. «Empecemos a cambiar la historia de todos y de todas», soltó ayer, otra colosal banalidad disfrazada con oratoria del mismísimo Marco Tulio Cicerón.
Creo que es injusto hablar de contradicciones y de que dice ahora lo contrario de lo que dijo antes, lo correcto es asumir que ha cambiado de perspectiva. Antes veía las cosas desde la hora valle y ahora otea la política española desde la hora punta. Ya está bien de que le reprochen que nos ha engañado, solo es fruto de la evolución natural.
En el escenario magnífico del Liceu se quedó solo, como un tenor sin su tocayo Aragonés, el bajo principal. Tampoco hubo ni barítonos ni le acompañó el elenco de sopranos que, como se dice en nuestro leguaje coloquial, ara són molta cosa en las instituciones catalanas.
Acudió con vocación de protagonista y se quedó en telonero -los protagonistas de la función aún están fugados o en la trena- interpretando un aria, que como sabe el aficionado lírico, es una composición para voz solista, «independiente o que forma parte de una composición mayor», como una ópera, un oratorio o una cantata. O una gran cantada, el tiempo lo dirá.
La elección del escenario no es casual, Sánchez quería algún ¡bravo! y la ovación al divo en el mismo lugar en el que se abucheó a los reyes cuando aún eran Príncipes de Asturias en 2013. «La sociedad española tiene que reparar un dolor que sufrió en 2017 […] Esta decisión que va a tomar el Gobierno no lo hacemos por los afectados, lo hacemos por la sociedad catalana y española». ¡Bravo! Gracias, presidente.