Va uno por lo más de lo más de un Madrid eterno, el Madrid de los Austrias o por la Plaza Mayor, y lo que ve viene a ser lo mismo de todas las primaveras, de todos los veranos, de todos los años, cuando las amplias terrazas del Madrid de la hostelería mestiza se agavilla de guiris, algunos van ya como cangrejos colorados, sin saberlo, con la imprudencia de desafiar el cáncer de piel sin miramiento ninguno. Siempre me quedo bocabadai al ver los desayunos que estos turistas recién llegados, que mayormente suelen ser pantagruélicos. Un plato de frijoles (judías pintas), un par de huevos fritos, alguna loncha de beicon, pan ligeramente tostado normalmente de molde, algo de mermelada y taza de café con leche, algunos no le hacen asco a una pinta de cerveza mañanera, toda una exageración capaz de arruinar el futuro de cualquier estómago que no venga de allende de las fronteras, amén de llevarse por delante la salud de cualquier hígado. Todo eso además, no tiene nada que ver con la genuina cocina española. Nunca he terminado de comprender por qué al turista que nos visita no se le oferta gastronomía española, a modo de magnífico acicate, para que luego cuente en su país que aquí se hace alta cocina con los platos más sencillos, incluso en la tasca más humilde: un par de huevos con patatas al montón con dos dientes de ajo laminados por encima componen ya un manjar en una cena o en un desayuno, que además si lo acompañamos de un buen pan y una jarrita de barro con un vino del que nos hace pensar en el sudor de quién cuida y mima el terruño de su heredad.
Així mateix
Gastronomía turística
18/06/21 0:33
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