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Que Menorca, a iniciativa conjunta de la Fundació Foment del Turismo y la patronal hotelera haya decidido difundir periódicamente sus propios informes sanitarios para obtener una posición más ventajosa en el arranque de la temporada es una acción que se antoja de lo más lógica. Si acaso lo único que habría que preguntarse es por qué no lo hizo el año pasado, o incluso mucho antes este 2021, cuando los niveles de contagio normalmente han estado por debajo de la media nacional y, especialmente, de la balear.

Tratar de escaparse del saco en el que nos aprisionan, es una estrategia recurrente cuando llegan las grandes ferias de turismo con el fin de evitar el encasillamiento en el tercer plano de la oferta balear, detrás de Mallorca e Eivissa.

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Ahora no solo disponemos de una Isla Reserva de la Bisofera principalmente dirigida a un turismo más familiar, que huye de los excesos y sintoniza con el remanso natural de paz que muchos buscan, sino que puede acompañar esa propuesta diferenciada con un hecho tangible que se ha convertido, a la fuerza, en uno de los principales reclamos a la hora de planificar las vacaciones.

Una tasa de contagios mínima, residual, como la que hemos tenido en las últimas semanas, ligeramente alterada por los brotes de estos últimos días, es el mejor catálogo promocional para convencer a turoperadores y directamente al turista.

Si el invierno ha sido cruel con la restauración insular por las medidas restrictivas que no se correspondían con las cifras del virus, es normal que ahora las instituciones persistan en vender Menorca como destino seguro, sin obviar que los que vengan también deban acreditar que no traen el bicho consigo, para que todos los sectores recuperen parte del terreno perdido.