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¿Cómo lo llevan queridos lectores? Ye tenemos encima la segunda Semana Santa más extraña de todas nuestras vidas, y además de las sabidas restricciones parece que el horizonte no se presenta muy prometedor, por decirlo de forma políticamente correcta, porque igual podría haber dicho que el presente y el futuro a corto plazo son una mierda tamaño campo de fútbol. Pero no perdamos las formas, dejemos las hipérboles chabacanas y los exabruptos a esos miembros de la clase política que chapoteen en el insulto, a esas barrigas agradecidas a su partido que prostituyen la palabra «libertad» y pasean con orgullo sus corruptelas y miserias envueltos en banderas cada vez más grandes. Nosotros a lo nuestro, en este caso a sobrevivir con la mayor dignidad.

Y es que siempre quieran poner el foco donde a ellos les interesa, donde ellos sacan beneficio y donde no ven peligrar ninguno de sus privilegios. Entretenidos en lo vacuo, no molestamos en lo importante. Nos quieren en la esquina del patio para que vayamos a recogerles la pelota cuando chutan demasiado fuerte, y el problema es que, a base de costumbre y rutina, algunos desarrollan alma de recogepelotas y aplauden a sus amos cuando meten un gol. Es lo que hay, tampoco estamos descubriendo la pólvora, ni hemos inventado una nueva aplicación para el móvil que nos ayude a desarrollar pensamiento crítico.

Veamos, el viaducto que hay en la calle Segovia de Madrid, es conocido desde que se construyó por ser el lugar elegido por muchas personas para quitarse la vida. Desde sus 23 metros de altura se tiraron, en los años 90, entre 4 y seis personas cada mes. Dada la mala imagen que eso daba a la ciudad, el alcalde madrileño de entonces, Álvarez del Manzano, decidió colocar unas mamparas de metacrilato de 1.90 metros de altura para que la gente no pudiera saltar. Ven qué fácil, problema resuelto, el señor alcalde no se preguntó por qué había tanta gente que se quería matar, no se cuestionó si todo el mundo tenía un trabajo, una vivienda digna, una educación y una sanidad universal y de calidad. El consistorio de aquellos años no reflexionó acerca de la necesidad de reforzar servicios sociales que ayudaran a limar las grandes diferencias que crecían exponencialmente entre los que lo tienen todo y a los que se les arrebata todo, para qué, menuda pérdida de tiempo, metemos metacrilato como si no hubiera un mañana y chimpún. Si la gente se quiere matar que se mate, pero a mí que no me molesten.

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Pues bien, tres décadas después seguimos en las mismas, no se va al origen del problema porque es agotador, así que vivimos instalados en el berreo continuo, no queremos argumentos demasiado elaborados y explicados con sosiego porque no queremos calentarnos la cabeza más de la cuenta. Mándame un tuit de máximo 140 caracteres, o un mensaje de voz por wassap que no dure más de treinta segundos, porque a partir de ahí paso de escucharte que eres muy cansino. Y al igual que se gritó hace años en el Congreso un «que se jodan» cuando se habló de parados, se grita ahora un «vete al médico» al diputado que habla del aumento de los suicidios y de las enfermedades mentales provocadas por la pandemia. Ya ven, son todo empatía y corazón.

Sé que la pregunta que surge es, ¿viendo lo visto, por qué la especie humana no se ha extinguido antes? Algunos hablarán de resiliencia de grupo, otros de instinto de supervivencia, yo creo que tiene que ver más con la existencia del lúpulo. Ya saben, cada cual con sus sesgos y sus historias. Feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com