Elena y Cristina se fueron a ver a su padre, retirado en los Emiratos Árabes Unidos. Y cuando uno va de viaje, ya se sabe, suele aprovechar para comprar algo típico del lugar, una botella de licor de dátil, crema de palma o una pulsera con arena del desierto, no sé qué se vende allí como souvenir.
Ellas aprovecharon el viaje para vacunarse contra la covid-19. Y la armaron. Ellas no, los perseguidores obsesos de cuanto huele a monarquía. Llevamos más de una semana con la misma matraca en la televisión. Les reprochan lo que llaman un abuso de posición, haberse saltado la cola y no ser solidarios con el resto de ciudadanos de este país.
Al ritmo de vacunación que llevamos por estos pagos, lo que deberíamos hacer es agradecerles que se hayan vacunado por su cuenta. Y si alguien más lo hace, mucho mejor, esponja así las listas de vacunación. No solo es legítimo y legal sino que debería promocionarse entre cuantos por su capacidad puedan.
Ellas son las hijas del rey emérito, pero ya no son miembros de la familia real. Son dos personas mayores de edad con sus respectivos problemas y circunstancias, hermanas del rey Felipe, quien tal vez las invite a comer por Navidad, pero ya ha negado que no tiene por qué dar explicaciones de lo que hacen las chicas.
Creo que aquellos que están en el Gobierno de España sin agenda de trabajo y sin más obsesión que cargarse la corona han errado el disparo otra vez. Han pretendido convertir en pecado una virtud, han criticado en vez de alabar la apertura de una nueva veta turística, la del turismo sanitario. Hasta ahora era habitual reservar paquetes turísticos para recibir tratamientos estéticos como implantes mamarios o injertos capilares. Ellas, actuando como unas hijas que van a ver a su padre, han descubierto la vacuna de la covid como un nuevo reclamo turístico. ¿A qué esperan las agencias de viaje?