Una iniciativa particular ha reunido ya, con la ayuda de las protectoras de animales, más de tres mil firmas para regular y abrir el uso de las playas a quienes quieren disfrutarlas con sus perros. En invierno, con lluvia y viento, no suele haber problema, es de mayo a octubre, o en cualquier momento vacacional, cuando colisionan los intereses de este colectivo con el resto; porque parece que a nadie deja indiferente la cuestión, mientras que otras actitudes mucho más antihigiénicas protagonizadas por personas sí se toleran sin problemas.
Y hay toda una galería de horrores, desde pañales, compresas y ahora también mascarillas, abandonadas en la arena o rocas, a nadadores que expulsan secreciones sin guardar ni importarles la distancia de seguridad; bronceadores en tal cantidad que parecen un vertido contaminante en el agua, o el ya clásico ‘me embadurno de barro porque yo lo valgo' aunque sea delante del cartel que lo prohibe. Una larga lista de actitudes penosas, todas ellas humanas, que al final, con perro o sin él, son las que hacen difícil la convivencia en la playa o en cualquier sitio.
Pero la idea de avanzar en esa tolerancia mutua es buena, funciona en muchos otros lugares, bien sea parcelando zonas específicas para perros o permitiendo el uso de determinadas playas, que precisamente aquí no faltan. No solo es positiva porque evita la discriminación de ciudadanos con mascota, sino que además abre posibilidades al destino turístico. Otros lo están logrando, la etiqueta pet friendly no es ninguna tontería, es la puerta a un nuevo segmento que en Menorca, con el espacio abierto y natural del que goza, no se explota, ni en exteriores ni en establecimientos.
Si los que diseñan la promoción captaran esa nueva sensibilidad y se dieran una vuelta por infinidad de páginas en internet donde se comenta, se recomienda o se penaliza un destino en función del alojamiento con perro o las posibilidades de disfrutar con él de las vacaciones, tal vez Consell y ayuntamientos tendrían en cuenta esta petición.