Pocas cosas habrá más indignas y miserables que la desfachatez de algunos cargos públicos, eclesiásticos, militares o civiles, poniéndose la vacuna que injustamente han usurpado a un/a sanitario/a, los que se juegan la salud durante largas jornadas para atender a infectados del coronavirus. Me viene a la memoria aquel día que Lady Di fue a visitar a la maravillosa Madre Teresa de Calcuta, la encontró limpiando las llagas infectadas y purulentas de una anciana, flotando en el aire el hedor acre y nauseabundo de la muerte. Al ver aquel cuadro tan deprimente, Lady Di exclamó: «Ni por un millón de libras haría yo este trabajo». La Madre Teresa le contestó: «Yo tampoco».
¿Cuántos políticos, cuántos cargos públicos, cuántos altos mandos se pasarían el día o la noche atendiendo en las UCI enfermos de virus que están matando a la gente? Pacientes que apenas pueden ya ni respirar por tener los pulmones degradados casi por completo, agarrándose a un hilo de vida, luchando contra un virus que se la está quitando, con la crueldad añadida de quien mata por matar; mientras otros, con buenas pagas, enmoquetados despachos, en algunos casos secretario/a y coche oficial, no les queda dignidad para esperar a que les llamen por que ha llegado su turno para ponerse la vacuna. Gente que está en el convencimiento que esta les va a salvar del vía crucis hospitalario y finalmente la muerte. Quién se haya valido del cargo que ocupa para que le pongan la vacuna, sin guardar como hacemos los demás el turno que les corresponda, es indigno del cargo que ocupa.
«Por sus obras les conoceréis», una pandemia ha venido a mostrarnos las ‘obras' de qué son capaces algunos, que nos les importa sustraer una vacuna que habría sido para un pobre anciano/a, que quizá ha hecho el esfuerzo de depositar su voto en una urna, creyendo que esa era la vacuna social que protegía su vivencia ciudadana.
¿Cómo puede alguien dedicarse al noble oficio de la política o de ser servicio público o moral si va por la vida como un bandolero por Sierra Morena, armado con el trabuco de su egoísmo importándole una higa la salud ajena? Solo les interesa no acabar formando parte de su propio cadáver, porque los cadáveres ajenos no consiguen que se comporten como dios manda. Y todo eso, fíjense ustedes, que sin saber que la vacuna que se han puesto a hurtadillas va o no va a ser efectiva, como el idiota que salta la barda para robar peras en huerta ajena, sin pararse a mirar si esas están madura o no.
Apropiarse de una vacuna que no te corresponde es de lo más ruin que hombre o mujer pueda hacer en la pandemia actual.
Nos ha bastado un virus para dejar al descubierto nuestra debilidad sanitaria, social, empresarial, económica, política y humana. Con todo, la peor quiebra, es nuestra flaqueza humana. Me queda la conformidad de saber que entre los discípulos solo se encontraba un Judas, ahora con el pillaje de las vacunas, espero que sean sólo unos pocos cobardes, escondidos como vulgares ratas en el campo de batalla de cuando peor está la pandemia ¡Vaya condecoración merecen! Pero esta es tan especial que no la llevarán precisamente en el pecho, si no en el mísero bagaje de una vergonzosa indignidad ¡Qué pena! Que cuatro miserables no hayan tenido unos gramos de humanidad para respetar a quiénes se juegan la vida en la ruleta rusa de su trabajo, donde la bala del coronavirus causa estragos entre los trabajadores de los hospitales, mujeres y hombres enfosados en un buzo, respirando detrás de una incómoda mascarilla, que después de tantas horas de llevarla puesta, dejan su huella en la cara, pero están obligados a usar para en la medida de lo posible, seguir luchando al día siguientes.
¡Qué vergüenza que algunos puestos estén ocupados por estos caraduras! Son ustedes un puñado de miserables.