Por una parte, la situación es mala. Si fuésemos navegantes, diríamos que estamos en medio de un gran temporal. Por otra parte, todo en la vida es temporal, hecho de tiempo o duración. Si en un devenir continuo cogemos dos puntos y les llamamos principio y final, tenemos un lapso de tiempo finito. Muy finito. La existencia humana, tal como la conocemos, tiene estas características. Todo lo que hay entre nacer y morir forma la biografía, invento moderno. Los hombres primitivos no tenían de eso, aunque respiraban aire puro y no fichaban en el trabajo. En lo esencial, eran como nosotros, con sus miedos, esperanzas y alegrías.
Imagino a un talayótico, al que llamaremos Pedro Juntapiedra, Pere Còdol o Uh (con la h muda, ya que en aquel tiempo hablaban poco).
- ¿Cómo ves la situación actual? - le preguntaría.
- Bastante tengo con sobrevivir… no me meto en otras épocas. No poseo la habilidad de un grafitero cántabro y tengo que amontonar piedras descomunales…
- Está muy rico este miotragus, aunque ya quedan pocos…
- El hechicero de la tribu dice que vendrán momentos de penuria. Gentes de pueblos extraños, sedientos de conquista, dejarán su huella en esta tierra.
- No pienso demasiado en el mañana, puede que sople tramontana…
- A ver si alguien inventa la escritura, porque la prehistoria se me está haciendo un poco larga.
Estos diálogos son ficticios. Cualquier parecido con la realidad o la historia será pura reincidencia.