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«Hoy es un buen día para ser feliz»

Parece ya muy trillado el hecho de que las aglomeraciones del personal se convierten en caldo de cultivo para que se dé un repunte de contaminados por la covid-19. La masificación dice poco del cuidado que se debe tener a la hora de no aumentar los miles de contaminados que ya tenemos. Hay que añadir que en estos días especialmente festivos del año, se rebajará la guardia y aumentará el jolgorio, sin duda ayudado por el consumo de alcohol. Tampoco habrá mucha prudencia a la hora de guardar una distancia social porque nuestra naturaleza afable y cariñosa lo rechaza, poniendo de paso la prudencia cuesta arriba. Ya soy conocedor de que es muy difícil no abrazar y besar a quien tanto queremos. Somos una raza afable y cariñosa y suspiramos por un abrazo.

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Recordarán ustedes que hace un par de años se puso de moda abrazar a un árbol: un pino, un acebuche o un roble, pongo por caso, pero el abrazo botánico no devuelve la caricia, es un ni fu ni fa. Otra cosa muy distinta es encontrarte en la panadería con Paulita Pons, o en la plaza del pescado, mirándonos la frescura de un besugo, mientras nuestra mirada atrevida se pierde buscando los ojos negros robados a la noche que tiene Teófila Pons; una mirada que invita al abrazo, y sus ojos negros anuncian caricias por cumplir. Lástima que estas navidades vayan a estar tan huérfanas de caricias y de abrazos. Me decía Decoroso Pons por whatsapp el otro día, que tenía pensado pedirle a los Reyes Magos una vacuna contra la covid-19 de toda confianza porque andaba alicortado respecto a las vacunas que nos anuncian y con la mosca detrás de la oreja por las prisas que se han dado en tener por este mundo contaminado media docena de vacunas. El número de infectados en algunos países, por ejemplo EEUU o Italia, son ya un vivir intranquilo, sobresaltado y sospechoso. Si los Reyes Magos no pueden ayudarnos, malamente anda la cosa. Y lo malo no es eso, porque uno barrunta en ese almacén de lo malicioso que lo que tenemos de malo con la pandemia puede incluso empeorar, porque me barrunto que esa vaina de guardar la distancia social y la mascarilla no somos todo lo prudentes que los últimos muertos del mes de noviembre aconsejan. Mucho me tengo que equivocar o después de fiestas nos espera agazapado un peligroso repunte, Dios no lo quiera. Todo y que el uso de la mascarilla, colateralmente, está consiguiendo que la gripe convencional sea poco más que una pandemia testimonial. No hay nada que por bien no venga.

Los jóvenes no se conforman con esa suerte que tiene de ser jóvenes. Necesitan además que la juventud sea libre, juntarse en bandada como los estorninos. No sé cómo aún dudan de que eso sea jugar a la ruleta rusa. Yo le pondría un nombre propio: la ruleta rusa del botellón. Luego puede pagarse un alto precio por no haber sido capaces dada la situación de echarle un freno a la temporalidad festiva; un freno sensato, inteligente, prudente y a todas luces necesario.

Parece increíble que la cantidad de contaminados y de muertes diarias no sea el catalizador que obliga a la prudencia. La prueba de fuego de tantas fiestas, donde algunos no se creerán que están en fiestas si no están con el botellón entre las manos, siguen sin querer saber nada de esa verdad que nos apercibe una vez más de que se ahoga más gente en una copa de vino que en el agua del mar. De todas maneras, tengo que decir que comprendo a la juventud, de igual manera que comprendo que a un pájaro de nada le sirven las alas si aún no sabe volar. ¿De qué sirve ser joven si a continuación se pide que se tenga el comportamiento del abuelo? Puede ser que los italianos sean más prudentes, más de estar en lo que hay que estar dando ya sus autoridades la Navidad por perdida. Dicen que más vale perder una Navidad a perder todas las futuras navidades que es lo que nos puede pasar si se pierde la vida. Así que en Italia, a las 22.00 h cada mochuelo a su olivo, nada de pasarse la noche por ahí como si estuviéramos en una Navidad normal. Porque una Navidad imprudente puede ser la última y creo que hace muy bien el gobierno italiano, que a sabiendas de que voluntariamente no van a cumplir, tendrán que cumplir a la fuerza por más que siempre sea una mala praxis. Pero cuando no somos capaces a las buenas, tendremos que ser capaces a las malas. La covid no entiende de juventud ni de países ni de clases sociales, ni de besos, ni del hambre más que justificada de abrazos. Sería terrible que las fiestas navideñas, además de dejarnos con algún kilo de más, nos llevase al temido repunte de esta maldita pandemia.