Con su actitud de pregonar que Joe Biden quiere robarle las elecciones, Donald Trump está hipotecando la credibilidad democrática que le queda a la política americana, Está por así decirlo tirando piedras al tejado de entender las elecciones legislativas de su país, y eso, en una ciudadanía tan polarizada, como la americana, puede incluso desencadenar conatos de explosión social de impensables consecuencias. No parece que Trump ni ninguno de su corte de asesores, le preocupe mucho echar leña al fuego, quizá porque siempre el ex presidente se ha mostrado propenso a esa industria de la política equivocada que consiste en apagar el fuego con gasolina.
Las elecciones americanas son muy complejas, y aún lo son mucho más los poderes de un presidente en funciones. Fíjense en el siguiente dato: Trump seguirá en el cargo 75 días, un periodo en el que aún puede tomar decisiones, que a mi modo de ver, ya no le corresponden a un ex presidente, porque puede condicionar la política del ejecutivo entrante. En esa etapa puede aún conceder indultos, y lo que tampoco es cualquier cosa, puede hacer cambios en la administración, y eso tratándose ni más ni menos que de Donald Trump, se me figura bastante más que arriesgado, por cuando estas son las horas que aún no ha felicitado al ganador de las elecciones, quizá porque eso lleva implícito el reconocimiento de que él las ha perdido. Y por ahí se anda con un enjambre de leguleyos, con ese torvo afán de que le están robando la «primogenitura» de cuatro años más de despacho oval. Al final como suele pasarle a las mentes inestables, acabará por creer que no ha perdido las elecciones, que se las han robado.
Yolanda Monge desde Washington para «El País» lo señala como «un hombre errático» «caprichoso» y «voluble».
Hasta que se forme finalmente nuevo gobierno, a pesar de las trabas jurídicas que presumiblemente le sobrevendrán al gobierno de Joe Biden, el Congreso seguirá celebrando sus sesiones hasta ser uno nuevo. Es el periodo conocido como Lame duck. La traducción no deja de ser curiosa, porque significa «pato cojo». La Constitución de EE.UU de 1933, dice en la Enmienda XX: el 20 de enero comienza un nuevo ciclo presidencial y antes, es decir, el 3 del mismo mes, un nuevo Congreso. Así pues, podría yo decir, que Donald Trump es un «Lame Duck President».
Nada más barruntar Trump que estaba perdiendo las elecciones, no ha hecho otra cosa que aportar a la democracia estadounidense, su particular manera de enfangarla, sin respeto democrático al resultado. Aunque no es el único que haya aprovechado esa situación hasta el final para hacer valer dudosas prerrogativas. Bill Clinton, por poner un ejemplo, firmó la entrada de EE.UU. en la Corte Penal Internacional unas horas antes de dejar la presidencia en manos de George W. Bush, que al tomar la presidencia modificó el acuerdo. Al parecer todo venía de que no quería que ningún Tribunal extranjero pudiera juzgar a ningún estadounidense, razón por la cual, EEUU no figura como signatario «firmante» del Estatuto de Roma, cuestión ésta que con Donald Trump no se ha recuperado, más bien todo lo contrario.
Uno de los problemas, casi siempre mal resuelto, es que el nuevo gobierno de cualquier país democrático, tiene que apechugar con lo que ha dejado enhebrado el gobierno saliente, un gobierno de ordinario de signo contrario. Imagine lo que puede dejar un gobierno republicano a un gobierno demócrata o viceversa, sobre todo cuando se sustituye o cuando se hereda una forma de gobernar como la de Trump. Lo primero que deberá hacer el nuevo gabinete, será recoser «las costuras» democráticas sometidas al mandato de Trump.