Estamos perdiendo, sí, si no es que hemos perdido ya. Si frecuentas estos lugares sabrás que un tema que me afecta especialmente es el del terrorismo de ETA y el empecinamiento que tienen algunos y algunas en blanquearlo para que hacer como si nunca hubiese ocurrido o, peor aún, como si fuera una cosa de niños sin importancia. ¿Sabes? Una encuesta terrible publicada hace unos días señala que el 60 por ciento de los jóvenes preguntados no sabe quién es Miguel Ángel Blanco. Olvidar es morir.
Ya te he comentado más de una vez que el mediático asesinato del edil de Ermua es el primer recuerdo que tengo de que aquello que llamamos vida iba en serio. Fue doloroso, hipotecó mi inocencia infantil y me empujó de una de las peores formas posibles a dejar de ser un niño. Todavía a día de hoy podría narrarte cada uno de los sentimientos que me invadieron ese fatídico fin de semana narrados prácticamente en directo hasta el fatal desenlace.
Ese día aprendí que había gente muy mala y que, por encima de todas las cosas, no podíamos dejarles que ganaran. Ahora, visto lo visto, están empezando a ganar, si no lo han hecho ya. Los mismos que luchan por evitar que se olvide la tragedia civil española miran hacia otro lado ante una causa mucho más cercana.
Hay culturas que opinan que la muerte no es más que el comienzo de otra vida. Los hay que creen que hay algo más esperando y que no es más que un punto y aparte. Hay otras que creen que nada muere hasta que se olvida. Hay más, muchas más, pero a mí me gusta esta y me gusta pensar que es verdad. Te recomiendo la película «Coco», es maravillosa.
Miguel Ángel Blanco está desapareciendo, y con él el sufrimiento de millones de personas que tiñó todo un país en una época especialmente difícil. Olvidarse de todo el daño que causó ETA es abrir las puertas para que se repita, es allanarle el camino a los descerebrados y energúmenos que decidieron que la razón se consigue matando en lugar de discutiendo. Que es más fácil dispararle en la nuca a alguien por la espalda de la forma más cobarde y vil, que trabajar para llegar a un entendimiento, dialogar y que las dos partes puedan ceder en el beneficio común.
Olvidar todo esto, insisto, es abrir la posibilidad a que se repita. Más tarde o más temprano. Los errores en el pasado son útiles si sirven para aprender y evitarlos en el presente y en el futuro. Sino, todo el sufrimiento habrá sido en vano y caerá en el olvido más oscuro y triste. Y habremos perdido.
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