La apertura de corredores seguros con países emisores de turistas, tan anunciada durante todo el verano, ha sido una quimera. El Govern y el Consell ya tienen asumido que, dada la evolución de la pandemia, eso no será posible hasta 2021. No se logró con Reino Unido y las cifras sobre el vuelo subvencionado a Múnich son materia reservada, aún no sabemos a cuánto nos salió cada pasajero alemán entre junio y agosto si lo hubo, porque esa información no se ha hecho pública. Se intuye por tanto que la cifra será bajísima, aunque había que intentarlo, sabemos que trazar ahora mismo cualquier estrategia turística es pisar arenas movedizas.
Con el tráfico internacional en cifras prácticamente residuales y toda Europa inmersa en la segunda ola de la covid-19, lo más necesario es estimular nuestro propio mercado, crear incentivos que ayuden a las familias a consumir en los negocios locales para evitar su cierre. Ya otros países europeos se adelantaron y tomaron medidas mucho más potentes que las que hasta ahora hemos conocido en España. En Italia en mayo, al inicio de la desescalada, se aprobó un bono turístico de 500 euros para que las familias lo gastaran en hoteles del país, además de dar ayudas a la compra de bicicletas y patinetes, alternativas no contaminantes al uso del transporte público, donde hay más riesgo de contagio. En Viena se entregaron cupones de 50 euros a los residentes de la capital austriaca para consumirlos en bares y restaurantes; en Francia el rescate al turismo ha sido por valor de 18.000 millones de euros. Ahora surge por fin la idea de crear ese bono turístico en las Islas (como ya se hace en Andalucía y Comunidad Valenciana) impulsado por Govern, agencias y hoteleros, pero que la mayoría de gobierno en el Parlament se negó a concretar, como pedía el PP. Es urgente que esta iniciativa salga adelante, que se definan esos bonos o descuentos y que dinamicen, en la medida que se pueda dentro de esta crisis sin precedentes, los viajes turísticos internos.