El coronavirus ha puesto en una olla a presión nuestro modo de llevar la vida, entre lo que se puede y no se puede hacer, y que hace cuatro días atrás hacíamos sin tener que agradecer nada a nadie. El derecho a reunirnos no tenía otro límite que aquel que imponía la empatía de los convocantes que ahora se ha reducido a 10 personas, en algunos casos a 6. En puridad, ni el gabinete ministerial puede reunirse, ya que está formado por 23 personas. En algunas autonomías se ha prohibido fumar en la calle. A propósito de esta prohibición, recuerdo que en Nairobi le multan al que cruce un paso de cebra fumando. No creo que esa sea una medida que vaya a frenar la pandemia, mientras centenares de personas se concentran cada día en las estaciones de Renfe, metro, etc., cual sardinas en lata, en resumidas cuentas de medios de transporte. Es también el medio recurrente en cualquier clase de prensa, no hay periódico ni cadena de radio o televisión, que no tengan sus comentarios, incluso in extenso sobre la covid-19, y estas son las horas que seguimos sin saber ni cómo apareció y con exactitud de dónde, lo que prima es ver cuántos nuevos contagios hay cada día, y como va aumentando también el número de fallecidos. Llevamos meses sin que se aporte algo realmente fundamental, a no ser esos comportamientos de aquí y de allá irracionales, que no saben con qué clase de fuego están jugando, dando una cumplida muestra de un incivismo patológico.
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La pandemia lo ha descolocado todo
09/10/20 0:00
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