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Si alguna idea compramos todos a ojos cerrados del ideario primero de Podemos fue el anuncio del fin de las puertas giratorias. Son esas que llevan a un cargo cesado o acabado a un empleo generalmente mejor pagado, de menos responsabilidad y de nula exposición pública. El último caso sonado fue el de los exministros socialistas Blanco y Montilla y el podemita Cristóbal Gallego, quienes accedieron al Consejo de Administración de Enagás a finales de mayo. Es decir, en pleno estado de alarma y confinamiento, con la economía productiva detenida a la fuerza, las puertas del escándalo siguieron girando, pura inercia.

No sé si el nombramiento dactilar de Antich para la presidencia de Autoridad Portuaria de Balears entra en esa categoría, lo que sí revela es el ansia por colocarlo en algún lugar de prestigio y bien pagado. Como es probable que en Madrid -donde no se exige el nivel C de catalán- no dé la talla para esos puestos de prebenda, Francina Armengol lo quiere ascender al cargo probablemente mejor retribuido y -no nos engañemos- con más opciones de negocio que hay en las Islas.

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Aquella propuesta inicial de la presidenta de crear para él una especie de embajada balear en Madrid resultó tan ridícula e indisimulada que hasta el propio Antich renunció. Ahora es diferente, se le da la opción de, a punto de cumplir los 62 años, cerrar con un cargo de prestigio una carrera política de la que no se ha bajado nunca en los últimos treinta años.

Antich practica el refranero del optimista, cuando una puerta se cierra otra se abre, puertas de salones no de fábricas. Vistos los antecedentes, da el perfil para dirigir el negocio, los puertos de interés general quiero decir.

Nos ha defraudado Podemos, cómplice de la maniobra, y ha engañado a sus votantes, ilusos, a los que ahora despista con cargarse la monarquía sin haberse cargado las puertas giratorias, que funcionan igual en Londres que en París.