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La verdad, cuando escribo, pocas veces pienso que tengo razón y muchas menos veces creo que te vaya a convencer de algo, ni tampoco lo pretendo, en realidad. Escribo y comparto mis opiniones como vía de escape para compartir ideas y, también, para alimentar mínimamente el gusanillo de ‘Periolisto' que todavía me corroe por dentro a ratos. Quiero contar cosas, compartirlas y, por un rato, recordar tiempos pretéritos de redacción donde vivías en primera línea cómo pasaban diferentes cosas, sino que tenías el reto de trasladarlas al lector. Ni tenía razón, ni la tengo, ni la quiero tener. Es demasiada responsabilidad.

Frecuentar esta columna casi todos los sábados supone un reto cada vez mayor no solo en cuanto a lo de escribir, sino a lo de encontrar un tema que nos permita conectar. ¿Sabes cuál es mi mayor miedo al sentarme y al sentarnos ‘Asseguts a sa vorera'? Que tras el punto y final sientas que has perdido el tiempo. No quiero darte una respuesta, prefiero generarte la necesidad de que te preguntes. Prefiero mil veces equivocarme y que seas consciente y actúes en consecuencia que tener razón esas mil veces por falta de actitud, de aptitud y de acritud.

Ni pienso, ni luego escribo. La verdad es que suelo improvisar bastante y, la mayoría de veces de lunes a jueves me asaltan a la cabeza diferentes temas que tratar que luego, el viernes cuando toca plasmarlos parece que se han desvanecido. Como hoy. Y pienso, ¿será esta mi última columna? ¿Lograré pasar el filtro de calidad o despilfarraré el último cartucho que quedaba de confianza para con el lector?

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Cuando llevas más de 10 años frecuentando estos lares a veces te asalta la sensación de que la mayor parte de los temas ya los has tratado, de algunos incluso has abusado y de otros ni te apetecía ni te apetece tratarlos. Porque piensas que, si te cansan a ti, que eres el autor, al de enfrente le aburrirán el doble.

Podría rebuscar un nuevo ángulo para tratar la covid-19 pero la verdad es que el único artículo que de verdad me apetece escribir es aquel en el que la despido, en el que la invito a no volver, a que nos deje en paz hasta la nueva pandemia mundial y sentarme a esperar si lo próximo va a ser un ataque de zombis, una invasión alienígena, un meteorito apocalíptico o, simplemente, que el calentamiento global dará rienda suelta a sus pasiones y nos moriremos de frío o de calor. Literalmente.

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