No dejan de asombrarme dos hechos. El primero es que, siendo nuestros amados líderes por lo general mediocres, muestran empero una envidiable habilidad oratoria. La segunda, y más inquietante, son las tragaderas que tienen los fans de dichos prohombres de la patria, que con tal que el engaño venga ofrecido por un charlatán de sus colores dan por bueno lo increíble.
El caso es que cuando un periodista, sea con ánimo romo o pretendidamente mordaz, pone el micrófono al alcance de la boca del amado líder, este se viene arriba aunque los hechos que le invitan a explicar sean absolutamente turbios y en la práctica bochornosos. Nada de pánico: giran el argumento, lo retuercen con una pasmosa pericia y el gato, que parecía casi sin espacio, cae de pie.
Nada importa que la hemeroteca ilumine con toda claridad unos hechos que contradicen la versión tuneada que pretende vender el buhonero. Golpe de cola, giro maestro sobre el eje y voilà, el gato se posa a cuatro patas sin mover una ceja.
El otro día escuché en una antigua grabación a aquel Pablo Iglesias rojete pero a tope campechano de los buenos tiempos, pontificando sobre lo indecente que resultaba que un político cobrase más de tres veces el salario mínimo. Luego prometía frente a un cándido Albert Ribera que cuando los mesías morados llegaran al gobierno, esa bochornosa práctica sería borrada de la faz del reino.
En otro momento, en una entrevista, Cayetana parloteaba con tal salero de sus propias virtudes que casi me convence de que es una tía moderada. Qué labia. Un charlatán sin labia es un bulto sospechoso.
Pobre Casado, por ejemplo. No es que no sepa surfear sobre preguntas comprometedoras, que sí sabe, pero no tiene tanta soltura y chispa como algunos de sus subordinados y por eso se le transparenta más la insignificancia; tiene que barrer de su entorno las lenguas más brillantes para que no le difuminen el plano. Un sinvivir, imagino.
El campeón en esto es sin embargo nuestro amado Pedro el Grande. Le pillas lleno de caca y te lo vende como que recoge abono ecológico porque le preocupa el planeta. En su mundo nunca pasa nada malo. Es sencillamente un fenómeno. Este gato cae de pie en las circunstancias más adversas. Le vende la misma moto a cuatro compradores mientras sonríe. Los cuatro se la compran. Se las apaña para dar largas en la entrega mientras sigue toreando. Un auténtico maestro.
Pues bien, y en esto radica la maravilla: cada actor y actriz del elenco lideresco, tiene su público fiel, dispuesto siempre a creer, a olvidar, a perdonar, a defender hipérboles, a obviar el elefante que pulula por cada habitación de la casa.
Es así en muchos ámbitos de la vida publica, y privada.
Para empezar por uno de los elefantes primigenios: ¿No es escasamente riguroso dar por bueno que Dios eligiera a un pueblo (el pueblo elegido) para apadrinarlo, dando así morcilla al resto de pueblos? O el elefante ya crecidito de la monarquía: Pongamos que Norberto es monárquico. Perfectamente respetable. Pero a Norberto no le gustaría que su hijo, que se ha graduado brillantemente en Stanford (Norberto dispone de medios) le sea negado un merecido primer puesto de la promoción porque se lo deben dar a un Kennedy. Eso ya suena menos bonito; pero es que en las monarquías se hereda la jefatura de los estados.
El elefante republicano no es menos llamativo: la creencia de que la república es garantía de justicia y progreso obvia una entera manada de elefantes; Stalin presidió una república.
México era una república cuando el Chapo tenía en nómina hasta al apuntador. Corea, Venezuela... Hay un largo etcétera (por no imaginar a Pujol y parienta compartiendo trono en la RC). El problema es que la bondad de los regímenes depende de la educación de los gobernados y la calidad de los gobernantes. Mientras los partidos regulen la actividad política, los políticos les deberán su puesto. Mientras los votantes no reconozcan los elefantes que habitan su nicho político, seguirán avalando con su voto y sus vítores a los charlatanes.
¿Qué propongo? Denunciar la falacia y la incompetencia... no solo en el equipo contrario.