Eres consciente de cuántas decisiones tomamos al día? Está claro que no es lo mismo decidir si quiero melón o sandía para desayunar que elegir si quiero seguir en mi trabajo o me lanzo al vacío en busca de una nueva propuesta que me llene, me emocione o me haga sentir de una forma distinta a como lo hace el actual. Creo que decidir es una de las responsabilidades más grandes y más importantes que nos toca vivir y sucede que muchas veces el margen de reacción es mínimo.
Seguro que últimamente te has visto envuelto en algún escenario similar. ¿Te compras una casa o no? ¿Cambias de coche o no? ¿Empiezas una dieta o no? ¿Sigues con tu vida como hasta ahora o no? Las posibilidades son infinitas porque, como te decía al principio, si paras a contar cuántas veces tenemos que decantarnos por una opción entre otras, te darás cuenta de que vivimos tejiendo constantemente infinidad de universos paralelos. El mismo día puede ser diferente si, por ejemplo, decidimos ir a la playa en lugar de ir a trabajar. Las consecuencias no son las mismas.
Creo que en nuestra formación como personas y en nuestra educación sobran logaritmos neperianos y faltan mimbres para saber cómo comportarnos en situaciones así. Nadie nos ha enseñado nunca a tomar una decisión. No digo que nos enseñen a elegir la correcta sino a ser capaces de razonar con nosotros mismos comparando las cosas a favor y las que están en contra y luego tomar el camino que nos parezca. Insisto, no será el bueno o el malo, será simplemente el que hemos elegido. Y con el que tendremos que convivir.
Aprender a que toda decisión acarrea una responsabilidad nos ayudaría a ser más conscientes de lo que hacemos. Por ejemplo. Quizá en lugar de intentar prohibir a los adolescentes que hagan botellón y que se pasen por el forro de los botones las medidas contra la coviod-19, tendríamos que enseñarles cuáles son las consecuencias de lo que hacen, del dolor que causan. Me encantaría que fuesen y fuésemos conscientes de la sutil diferencia que hay entre no hacer una cosa porque está prohibido y no hacer la misma cosa por el dolor que puede provocar.
Y no solo los adolescentes, insisto. Hace apenas tres meses nos propusimos ser más mejores personas cuando nos dejaran salir y volver a la normalidad a través de la nueva normalidad. Aseguramos al viento que haríamos del mundo un lugar mejor porque nos había tocado vivir un toque de atención intenso, muy intenso. Míranos ahora… joder.
Si alguien, en algún momento de nuestra vida nos hubiese enseñado a decidir, quizás ahora en lugar de hacer lo que queremos hubiésemos hecho lo que toca. Y el fantasma de un nuevo confinamiento que merodea no acecharía con tanta intensidad…
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