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En boca cerrada no entran moscas, y menos si llevas puesta la mascarilla. No entran virus ni malos humos, utilizando el filtro adecuado, pero preferimos el boca a boca e ir a cara descubierta, antes que andar embozados por causa de fuerza mayor y porque lo manda el BOE. La crisis pone al descubierto muchas cosas, pero tapa otras: oculta las vergüenzas de tanta imprevisión, descoordinación e insubordinación descarada. Cuando caigan las mascarillas, nos veremos cara a cara. Parecerá que hemos vivido una larga pesadilla. Ya no habrá que sonreír con los ojos ni saludar por los codos. Volverán los besos y efusivos abrazos sin temor a contagiarnos. Experimentaremos la euforia característica de los supervivientes.

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Esta tragedia no nos va a cambiar en lo esencial, no hay que hacerse ilusiones. Los tontos con mascarilla, en el fondo, solo son tontos enmascarados. Algunos aprenderán algo, pero no será la norma. Seguirán las conspiraciones y ataques contra las libertades, el sistema constitucional y la convivencia basada en el respeto. El egoísmo y las luchas por el poder se extienden por doquier.

Disfrazar la xenofobia, la intolerancia, el odio y la corrupción con el nombre de nacionalismo queda bonito, aunque tiene poco futuro. Tras las mascarillas se esconden palabras horribles, mentiras y maledicencias. La bondad, el amor, la solidaridad y la concordia son el antídoto contra el caos y la destrucción asociada a la incompetencia.