Vivimos en un mundo nuevo. ¿Se han percatado? Hemos perdido consistencia y vamos del mundo líquido al gaseoso y viceversa. Hasta la separación de poderes se está difuminando. Todo muy progresista. Ahora toca obedecer y callar. Mascarilla en boca. Teletrabajo, telepolítica, telerealidad y nos dará un telele, que es como llamamos coloquialmente a un patatús o soponcio. O sea, un desmayo, una lipotimia. Esa flojedad del ánimo propia de disgustos y el horror extremo.
No hay para tanto, dirán algunos. No hay que exagerar. Criticar es propio de la extrema derecha. Nos lo hemos buscado. La polarización no es buena. Extrema derecha y extrema izquierda se tocan. Se retroalimentan. No hay que echarle la culpa a un bichejo contagioso. Hay una conexión entre Trump, Putin, Johnson, Maduro, Xi Jinping, Sánchez, Bolsonaro y otros que me callo.
La crisis económica y su malestar socavan instituciones. Aparecen salvadores que, alcanzado el poder, son como lapas que pueden mentir o manipularnos. Como la realidad es dura, vivamos en la ficción. Para conseguir el control, la alternancia es un peligro. Se acabaron los políticos de alterne. Ahora se va colocando gente en todos los puestos estratégicos para garantizar la fidelidad y permanencia sine die. El pueblo nos necesita – dicen –, aunque no lo sepa. Para negar errores o desmanes hay que criminalizar al adversario. El diálogo podría contagiarnos ideas ajenas. Bienvenidos a Virulandia.