María es de las de ir a la playa ¡miedo me da! Porque con esto del coronavirus ella está como loca por meterse en el mar. Porque ella no es de estar «ligando bronce» tumbada como una lagartija encima de una toalla, su piel de por sí morena, a los primeros rayos de sol se pone como un «tito», vamos como si la hubiera encontrado en una manyatta en la misma vecindad de una tribu keniata.
María me trae la cabeza loca. Jose, para cuando nos dejen nos vamos a pasar unos días en nuestra dacha de Sanlúcar, tengo hambres atrasadas de pescaíto frito y de cansarme las calandracas de tanto ir y venir por Costa Ballena, y a la caída de la tarde, para cuando el sol se esconde, cansado de tanto como ha visto durante el día, sentarnos en Bajo de Guía a saborear un entrante de ortiguillas y una docena de sardinas al espetón, que incluso los romanos como Marcial o Plinio el viejo dejaron en sus literaturas cumplidas alabanzas de sus carnes tan sabrosas, y de los efluvios de sus sensuales aromas, regadas por vocación gustativa con una manzanilla sanluqueña, ni fría ni esa tontería de la temperatura ambiente, 7º, ni uno más ni uno menos, no como esos que siempre le sacan punta al lápiz, afirmando que su punto «g» está en los 8º. Ganas de enredar, más les valdría que prestasen atención al color pajizo de una buena manzanilla, rechazando los caldos cuyo color se ha tornado más amontillado, porque con el color se va el aroma, trastocando las penurias de vendimiadores y bodegueros.
En esto María es más de dejarme a mí, quizá porque le gusta que le diga: María tienes ahora mismo una obra de arte en tu mano.